El debate político parece empantanado en la discusión del método para la selección de los candidatos presidenciales. La cuestión se reduce a dos propuestas. Una favorece que cada partido organice el evento con su padrón de militantes y bajo sus propios términos. La segunda propone que las primarias sean simultáneas y más democráticas con el listado de electores de la Junta central Electoral.
La primera no cambiaría ninguna de las prácticas viciosas características de la política nacional y en cambio perpetuaría los métodos aborrecibles que han convertido a los partidos en logias de pequeñas élites que han congelado la dinámica de esos grupos, impidiendo así el surgimiento de nuevos liderazgos partidarios. La segunda permitiría a los ciudadanos que no militan en partido alguno poder votar por la elección de los candidatos que estime, no importa el partido, más apto para dirigir a la nación. Esta opción democrática rompería el nudo que estrangula el desarrollo institucional y renovaría el espectro político, rompiendo así una perniciosa tradición que ha hecho de la política un refugio de aprovechadores de la ingenuidad del pueblo dominicano.
¿Qué valor tendría votar en las elecciones presidenciales si los ciudadanos no tuvieron oportunidad de participar en la escogencia de los candidatos de los partidos y estos fueron el resultado de eventos controlados por sus élites dominantes? El sistema actual, por el cual abogan quienes saben que el control de la militancia interna les asegura la nominación, no garantiza ninguna posibilidad de cambio o mejoramiento del sistema electoral.
Las primarias con padrón de la JCE traerá en cambio nuevas caras a las boletas electorales. Con el sistema cautivo de primarias con padrón de los partidos, corremos el riesgo de que los candidatos sean aquellos que ya lo fueron hace 20 años. Y eso sería fatal para la democracia dominicana.