Un amigo se me acercó abrumado por la pérdida de los ahorros con los que había planificado su retiro, después de cinco décadas de labor profesional. La carga emocional parecía haberle consumido sus fuerzas y ganas de vivir. Su desgracia era la quiebra de una financiera donde había depositado todo su dinero.
Su historia me recordó una breve conversación que tuve hace años con don Alejandro Grullón, padre de la banca privada dominicana, en el consultorio de mi hermano en Miami. El país apenas se recuperaba de la crisis bancaria del 2003 y el tema dominaba todavía el interés de los medios. Le pregunté cuál era en situaciones normales la mejor de las opciones para guardar los ahorros. Todavía no estoy seguro si era una pregunta adecuada para un genio de la banca. Pero él me respondió con tranquilidad y lo recuerdo: “Si un banco te ofrece un 8, otro un 9 y un tercero un 10 por ciento de interés, no vaciles en colocarlo en el que te dará 8”.
Su respuesta me sorprendió. Don Alejandro sonrió y a seguidas dijo: “Las financieras no están, por lo regular, sujetas a las regulaciones de la banca comercial, que son muy estrictas. La crisis bancaria, como todas las crisis, dejan algo bueno. Hoy en día tenemos una banca más fuerte y confiable. Su dinero en un banco está asegurado no solo por la profesionalidad de sus ejecutivos sino también por esas regulaciones. Si el banco en que tienes tu dinero te falla, tendrás donde hacer un reclamo. Si en cambio buscas un rendimiento por encima del mercado, estás expuesto a perderlo todo”.
Nunca olvidaré esa lección que resumía la experiencia de una larga vida bancaria. Como tampoco aquella vez en que se formaron largas filas en el Popular debido a rumores falsos de la competencia. Don Alejandro convocó a la prensa y dijo: “Todo el que quiera su dinero lo tendrá”. La gente que lo sacó volvió a colocarlo ese mismo día. Por eso es y ha sido siempre un gran banco.