La prensa crítica ha jugado su papel en el desarrollo democrático del país. Esa es una realidad innegable, que no le puede ser regateada y que resiste cualquier análisis e interpretación histórica, por más prejuicios de que vaya revestida. Sin embargo, hay una debilidad estructural en ella estrechamente vinculada a su propio crecimiento y desarrollo.
El país despertó muy rápido a la democracia y de un largo período de tiranía y oscurantismo saltó a un régimen de libertades públicas y ejercicio democrático sin un paréntesis previo. De la nada surgieron decenas de medios que se llenaron de personas sin destrezas ni concepto de la responsabilidad que ese oficio conlleva. La necesidad creó profesionales y la especialidad dio paso a la improvisación. De ahí que muy buenos reporteros, con fama en la sociedad, escribieran haber sin “h”, acentuaran la palabra “dijeron” y pensaran con faltas de ortografía, las que afortunadamente no se ven en los programas de entrevistas y comentarios.
Esta no es una generalización ¡Dios me cuide de ellas!, sino una reflexión al amparo de las extravagancias que me permite el clima de libertades existentes en nuestro país en los últimos años, y respecto a la cual habrá, sin lugar a dudas, muchos desacuerdos. Pero se hace de absoluta necesidad que los medios de comunicación, periodistas, columnistas y entrevistadores, aceptemos como natural y beneficioso el que la prensa como institución acepte la crítica que tan libremente ejerce contra terceros. Sobre todo porque ese ejercicio acabará resultando uno de los pilares más sólidos de las garantías de la libertad de prensa.
Sólo cuando los medios y los periodistas aceptemos la crítica a nuestra labor y nos sometamos a un diario escrutinio público, la prensa libre estará libre de la intolerancia pública como privada y podrá entonces juzgarla con autoridad.