A comienzos de la Guerra Fría, a mediados del siglo pasado, los gobernantes de las cuatro grandes potencias se reunieron en París en un esfuerzo por poner fin a las tensiones que arrastraban al mundo a un holocausto nuclear. Los líderes allí convocados, Charles De Gaulle, Dwigh Eisenhower, Harold Mcmillan y Nikita Kruschev, abandonaron la reunión sin haber llegado a un acuerdo. El corresponsal Henry Shapiro escribió: “La paloma de la paz se posó hoy sobre el Palacio del Eliseo en París y los cuatro grandes allí reunidos aunaron esfuerzo para espantarla”.
El episodio sirve para ilustrar la facilidad, con persistencia añadida, con que aquí, nosotros, espantamos toda posibilidad real de conciliación siempre que el ave de la paz se aposenta en el ámbito de la política dominicana. No transcurre un solo día en que una declaración, o una acción partidista no arrojen sobre el panorama electoral un manto de sombras, oscureciendo con ello el panorama nacional en la vecindad de unas elecciones presidenciales convocadas dentro de lo que la Constitución dispone, pero enmarcadas en circunstancias que hacen de ellas una prueba de fuego para la aún débil democracia dominicana. Cuando no es una denuncia alegre y sin fundamento de conspiración, o amenazas de muerte contra figuras importantes, son problemas en el centro de cómputos en la JCE, o nuevas revelaciones de la práctica viciosa de uso ilegal de recursos públicos para crear un desbalance electoral.
Pienso que el país supera al final todos esos desafíos por su inmenso deseo de vivir en tranquilidad, a sabiendas de que por encima de todas las maquinaciones de quienes han convertido el poder en una fuente de gloria y riqueza, todo poder tiene su término.
Infelices aquellos ignorantes de la trágica lección de la historia, reveladora de la inexistencia de poder humano infinito, por más grande que en un momento de alucinación parezca.