Pocos intelectuales y periodistas escriben en este país con la gracia con que suelen o solían hacerlo, para disfrute de sus lectores, Pedro Conde Sturla y Sara Pérez. Y digo solían porque tengo tiempo que no veo sus escritos. La ironía cobra en sus prosas la categoría de arte en su más alta expresión. Aun cuando abordan temas tan mundanos y áridos como la política, sus artículos son de antología. Sus entregas sobre el desempeño de la administración Fernández hicieron historia en el periodismo de opinión.
Muy pocos en el ámbito de la crítica periodística se les comparan. Pero es cuando tocan otros temas, como aquel de Pedro sobre la beata enclaustrada hace años, o el de Sara titulado “Una palabra cimarrona”, para citar algunos de los que aún recuerdo, es cuando ambos alcanzan la plenitud en el manejo de la palabra escrita.
A Pedro lo conocí mientras hacíamos el bachillerato y ya entonces, a pesar de su corta edad, se perfilaba como el gran escritor que es, grande en la ironía, sarcástico como él solo e inmensamente profundo en las ideas. No siempre estoy de acuerdo con sus conclusiones y sus métodos de evaluación. Pero total, el mundo es tan plural que pienso que él y yo cabemos en un mismo espacio.
A Sara la traté más profesionalmente y coincidíamos casi todas las tardes en un canal donde ambos participábamos en programas distintos, uno detrás del otro. Cuando se radicó en Estados Unidos me dije que el periodismo había perdido una pieza muy importante, y el uso de ese vocablo que identifica un objeto no es en alusión a su persona, sino en reconocimiento a su capacidad e ingenio como escritora.
Por fortuna, la distancia le permitió ver la realidad nuestra con mayor objetividad y le dio a su ingenio un mayor espacio para volar tan alto como pocos como ella pueden. El tono irreverente de Pedro y Sara impone un estilo que los reivindica frente a un periodismo conformista con una fatal tendencia al oficialismo.