Entre las historias con las que el humor nacional satiriza los altos niveles de corrupción que siempre han existido, gobierno tras gobierno, dos al parecer caracterizan con más claridad nuestra realidad política.

La primera cuenta la imaginaria muerte de un funcionario a quien Dios ordena dejar en el Purgatorio mientras decide si lo recibe en su Reino o lo envía a los hornos del Averno. El afortunado señor no tarda en adaptarse y muy pronto se hace el propósito de asociarse a su ángel custodio, previendo la posibilidad de algún pingüe negocio que le permita su entrada al cielo.

Días después descubre un gran salón repleto de relojes que marcan el tiempo a velocidades muy distintas. Debajo de cada reloj hay el nombre de un país. El hombre le pregunta al ángel la razón por la cual se mueven de forma diferente. El ángel le responde que es el sistema para medir la corrupción en la Tierra. El de Finlandia apenas se mueve, lo que significa un nivel casi imperceptible de corrupción, lo mismo que el de Suecia. En la sala latinoamericana las manecillas se mueven con rapidez. El ministro observa que no hay un reloj para República Dominicana y se imagina que ello es indicio de absoluta transparencia. El ángel lo saca de su error. El reloj lo usan en el salón de conferencias como abanico de techo.

El otro cuenta de una reunión urgente del Consejo de Gobierno en el que se le pide cuentas a un ministro sobre denuncias de desvío de fondos y tráfico de influencia que están dañando la reputación del gobierno. El acusado se levanta indignado de su asiento y casi grita con voz ronca: “¡Que me parta ahora mismo un rayo si es verdad! La exclamación es seguida por la salida precipitada de sus colegas, mientras se escucha una voz que dice: “¡Por favor, el presidente ordena que nadie abandone la sala!”.

Posted in La columna de Miguel Guerrero, Opiniones

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