La ocurrencia de robos de cosas sin valor aparente, conlleva a la pregunta: ¿Nos estamos convirtiendo en una nación de cleptómanos? La idea es aterrorizadora. Pero crece en la mente de ciudadanos desazonados por estos hechos que evidencian el poco respeto que existe entre nosotros por la propiedad ajena.

Hace un tiempo, se publicó que alguien había hurtado la placa de bronce con la que se recuerda el lugar donde el almirante Cristóbal Colón amarró una de sus naves al descubrir la isla. Las calles y plazas de la ciudad están llenas de huecos producidos por el robo de alcantarillas y tapas de hierro. Numerosas personas han sufrido las consecuencias de esta malsana y deshonrosa práctica, al caer en los hoyos dejados al descubiertos por la sustracción de esos objetos metálicos, que no estaban allí sólo con fines ornamentales sino cumpliendo con una función de indiscutible utilidad para los ciudadanos.

En avenidas y autopistas gente inescrupulosa sustrae los llamados “ojos de buey”, que sirven como sustituto de la iluminación en las noches y como delimitantes de los carriles por donde debe fluir el tránsito. Hubo una época en que a lo largo del recorrido hacia el aeropuerto, existían pedestales de cemento a los que estaban adheridos los escudos de las naciones que conforman el continente, emblemas éstos que le daban sentido al nombre de la vía y al propio aeropuerto internacional Las Américas. De pronto comenzaron a desaparecer hasta que no quedó ninguno.

El deterioro moral ha alcanzado niveles tan degradantes, que muchos dominicanos no parecen prestarle importancia a cuestiones de este tipo. Y desde su muy peculiar percepción de los problemas nacionales no dejan de tener razón. En medio de tanto latrocinio pudiera ser irrelevante ocuparse de cosas tan pequeñas, podrían llegar a pensar, pasando por alto el hecho de que el respeto y la observación de las reglas es la más firme garantía ciudadana.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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