Nadie en su sano juicio se hace la ilusión de que el Senado, en un improbable gesto de lealtad al país y de respeto a la pobreza de los dominicanos, revoque las aberrantes decisiones que han elevado, entre incentivos y salarios, sus ingresos mensuales muy por encima del millón de pesos.
Hay que ser extremadamente ingenuo para pretender que el sentido de la razón se imponga en ese caso. Pero hay todavía muchos ciudadanos confiados en que aún en ese ambiente existan excepciones. La del representante del Distrito Nacional, un joven con potencial para alcanzar la presidencia, que tiene la excepcional oportunidad de mostrarle a la nación otra cara de la política dominicana, que renuncia a esa infame e injustificable remuneración y la denuncia como una práctica viciosa.
Si se recorre panorámicamente la composición senatorial, él debe ser el escogido. Reúne todos los méritos. Es uno de los más idóneos, tal vez no el único, eso espero, para esta misión de rescate de la dignidad de ese cuerpo legislativo y de la tradición de compromiso social que Bosch dejó como legado al PLD. Nuestro joven senador está en la obligación moral de renunciar a esos privilegios irritantes, ante la imposibilidad de que el Senado lo decida. Es lo menos que puede hacer por respeto a los electores que confiaron en él al elegirlo como su representante.
No estoy tratando de herir su amor propio. Mi apelación lo aborda por su conocido sentido alto del honor y de responsabilidad. Todo cuanto él ha conseguido al través de una conducta pública sin mácula puede verse empañada por poco más de un millón de pesos al mes, cuando él vale mucho más que eso. El senador por el Distrito Nacional tiene la obligación de enseñarnos que aún en estos días se puede contar con gente dispuesta a decir ¡No!, a una iniquidad tan degradante.