Una de los negocios de mayor y más rápido crecimiento en el país en las últimas décadas, tanto como la venta de combustible, ha sido el de la educación privada, a causa del deterioro en que cayó la enseñanza pública. El fenómeno representó una enorme carga para la clase media y un insufrible dolor de cabeza para los padres, obligados a empobrecerse buscando dotar a sus hijos de una educación no siempre mejor, en escuelas de pago, donde por lo menos no quedaban expuestos a los riesgos y peligros de planteles bajo la mirilla de violadores y traficantes de drogas.
El empeño del gobierno de mejorar la calidad de la escuela con el programa de “Tanda extendida” promete un cambio radical y una oportunidad invaluable para cientos de miles de familias de medianos y bajos ingresos y una propuesta firme para ensanchar la cobertura escolar e igualar el nivel de la enseñanza pública con la privada. El contenido social de la iniciativa del presidente Danilo Medina no radica únicamente en el aporte económico que significa dar a los estudiantes alimentos, útiles, zapatos y uniformes, y tenerlos más tiempo en el plantel, con más horas de clase. El verdadero significado, el más prometedor de todo, es la oportunidad que tendrán esos jóvenes de poder competir en el futuro por los mejores empleos, los de mayor remuneración, en base a una mejor preparación académica.
Su éxito ayudará a reducir la enorme brecha social existente, ofreciendo chances iguales a ricos y pobres para competir en mercados cada día más sofisticados y exigentes, reservados en la actualidad sólo a aquellos que han tenido el privilegio de recibir una educación de calidad en las mejores escuelas y universidades, tanto aquí como en el exterior. Ignorar por tanto la importancia de este programa es un acto de mezquindad política y el gobierno que resulte de las elecciones del 2020 estará moralmente obligado a profundizarlo.