Si alguien me preguntara sobre la prioridad del presidente Luis Abinader tras su amplia y contundente victoria electoral, no vacilaría en responder: rejuvenecer el Gobierno. La razón es simple. Sin importar que la balanza en términos de popularidad se incline a su favor, refrescar la cara de un gobierno próximo a iniciar su quinto año ayudaría a despejar cualquier duda sobre el deseo de transformación y cambio prometido al país.
Para muchos de sus seguidores y colaboradores, mi percepción tendría el carácter de una crítica o censura. Pero está simplemente cimentada en la experiencia observada durante los largos años de mandatos de Joaquín Balaguer. Durante ese largo periodo, el líder reformista solía encarar las dificultades nacidas de escándalos o negligencias oficiales, rotando o cambiando la composición en aquellas áreas objetos de la ira o el descontento público.
Tal vez resulte incomprensible al presidente adueñarse del estado del sentimiento popular existente con respecto a parte de su equipo y las frustraciones derivadas de insatisfacciones sociales, debido a los resultados apabullantes a su favor en los comicios presidenciales y congresuales del domingo. Pero la realidad social tiende a modificar el sentimiento popular de la noche a la mañana.
De todas maneras, nada perdería el presidente Abinader si lustrara con agua fresca la faz de un gobierno nacido y preservado en medio de una euforia nacional, a despecho de las enormes desigualdades cada vez más profundas.
Las soluciones planteadas a esa realidad en los días de campaña penden del desenlace de una crisis internacional que estanca la economía global y avecina una inflación cada día mayor con efectos políticos destructivos. Caras nuevas no resolverán por sí mismas problema alguno, pero le darían un respiro al Gobierno.