El contundente triunfo de la reelección en los comicios del domingo le da al presidente Luis Abinader el espacio político suficiente para llevar a cabo sus promesas electorales sin escollo alguno.
Su control y dominio absoluto del Congreso le facilitará la tarea de impulsar cuantas reformas desee, incluso una fiscal, por tiempo postergada, de alcance y propósitos desconocidos, cuyo objetivo y dimensión se desconocen. En ese esfuerzo, no se anticipan contratiempos a excepción de aquellos generados en los sectores que pudieran resultar los más afectados por la iniciativa.
Es preciso admitir el valor de las encuestas en este proceso electoral. No se equivocaron a pesar del escepticismo que en muchos sectores crearon sus pronósticos, lo que refleja la realidad del ambiente preelectoral.
La oposición deberá ahora dedicar todo su esfuerzo para recomponer sus fuerzas, sin mucha posibilidad de espacio político y apoyo en el trayecto para oponerse con éxito a las reformas y programas del gobierno. La larga tradición de infidelidad política, tan cambiante como los aires de las temporadas climáticas, podría inducir al Gobierno a acelerar sus reformas sin negociación. A la larga tal posibilidad pudiera afectar la legitimidad de un consenso que a la luz de los resultados electorales no se vería precisado de gestionar.
Con el sólido respaldo ganado y una oposición dividida, envejeciente y cuestionada en las urnas, el gobierno del “cambio” tiene amplio campo para moverse a sus anchas.