Diariamente mi correo electrónico amanece lleno de basura que elimino sin leer. Otras veces, me trae alentadores y edificantes mensajes sobre la vida y las cosas de valor que giran a nuestro alrededor. Quisiera compartir con los lectores de esta columna uno de esos mensajes. Tiene que ver con la riqueza y las distintas definiciones que se pueden obtener de ella.

A dos grupos de personas se les hizo la siguiente pregunta: ¿Qué es la riqueza? El primer grupo respondió de la manera siguiente: El arquitecto la identificó con proyectos que generan mucho dinero. El ingeniero con sistemas útiles y bien pagados. El abogado con casos judiciales que dejen ganancias. El médico con muchos pacientes que le permitan comprar una casa grande y bonita. El gerente con una empresa en niveles de ganancias altas y crecientes. El atleta con la fama y el reconocimiento mundial, para estar mejor pagado.

El segundo grupo, compuesto por gente de otra condición, respondió de forma distinta. Para un preso de por vida, la riqueza era algo tan sencillo como caminar libre por las calles. Para el ciego, ver la luz del sol y la gente que ama. El sordo dijo que la riqueza consistía en escuchar el sonido del viento y cuando le hablaran. Para el mudo, poder decir a sus seres queridos cuánto los amaba. Para el inválido, correr en una mañana soleada. Y para el enfermo terminal, poder vivir un día más. El huérfano respondió: tener a mis padres, hermanos y familia.

En estos tristes días en que tanta gente parece correr desesperadamente detrás de la riqueza material, dispuesta a veces a pagar cualquier precio por ella, la lección de este mensaje obliga a una profunda reflexión que leí una vez: “No midas tu riqueza por el dinero que tienes, mide tu riqueza por aquellas cosas que no cambiarías por dinero”. Hace ya mucho tiempo, San Agustín enseñaba: “No es más feliz aquel que más tiene, sino quien menos necesita”.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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