La mayor de nuestras fatalidades siempre ha sido la dificultad de la clase política para echar a un lado sus diferencias, que en el fondo no son tantas ni abismales, para laborar juntos y en armonía en un objetivo común. Y cuando revisamos las posiciones de los actores políticos y los del ámbito civil, es fácil encontrar una similitud de propósitos muy superior a sus desacuerdos.

Inexplicablemente ha costado mucho encontrar vías expeditas para hallar la solución de nuestros más graves problemas, por la falsa creencia de que endosar propuestas ajenas equivaldría a poner al contrario en posición de ventaja, despojándose a sí mismo de una oportunidad para brillar cuando toque estar al frente. Esa característica de la realidad nacional, revela la terca mediocridad que mueve la acción política a base de resortes estructurados para funcionar solo en sórdidas componendas de conveniencia particular.

Cada día que transcurre así resta espacio en el futuro, porque congela el presente para hacerlo parte de un pasado que traza la marcha de un porvenir al que se avanza al paso de tortuga.

Todos los presidentes desde la caía de la tiranía de Trujillo han convocado a diferentes modalidades de diálogo en la búsqueda de alguna suerte de concertación, sin éxito. Y la falta de resultados y cabe preguntarse si la falta de tan anhelado diálogo nacional es debido a la ausencia de comprensión de las realidades nacionales o la ausencia de un clima más oportuno para lanzarla con posibilidades de éxito.

De todas maneras, nada se pierde con intentarlo si lo mueve la intención de alcanzar un propósito perseguido y no hallado hasta ahora. No subestimo los agravios de lances pasados y su peso oneroso sobre la iniciativa. Admito que en las relaciones internacionales descansen en legados de cruentas y destructivas confrontaciones, pero eso no ha impedido los intercambios y que la razón norme las reglas. Francia y Alemania se golpearon en dos guerras mundiales, mismo por años Estados Unidos y Vietnam y hoy son aliados. ¿Por qué no puede ser igual entre nosotros? ¿Son tan grandes los agravios que impidan marchar juntos? Realmente no lo sé.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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