Desde el derrocamiento de la dictadura de Trujillo se ha escuchado decir a los líderes políticos del país, en el Gobierno como en la oposición, que la gravedad de los problemas nacionales demanda una concertación de todas las fuerzas políticas democráticas. Ninguna de ellas, posee el suficiente respaldo social para poner en marcha un plan nacional por sí sola, con posibilidades de éxito. Un pacto de esa naturaleza, como ya ha funcionado en España, Chile e Irlanda, requiere de un compromiso de largo alcance que trascienda varios mandatos constitucionales.
Ni cuatro ni ocho años bastarían para lograr los objetivos de un plan de esa naturaleza. Se necesita además de mucha visión de futuro para concebirlo y de una gran madurez política para echarlo a andar. La cuestión es que nadie está seguro de que el país pueda siquiera mantener por algún tiempo todavía los niveles actuales de estabilidad y ritmo económico sin dar un paso en firme en esa dirección.
El problema es que no basta con sugerirlo en talleres y seminarios. Hay que crear las condiciones indispensables para hacerlo realidad. Tiene que propiciarse un clima de convivencia y entendimiento en que el partido en el gobierno y las demás fuerzas políticas responsables acepten la necesidad de recorrer ese camino. Un sendero que deje atrás las riñas partidistas y concentre las principales energías en la búsqueda de mejores posibilidades, con un compromiso firme de cumplir los objetivos a despecho de los resultados electorales.
Las naciones que lograron ese “gran pacto social” al que me refiero, alcanzaron sus propósitos porque los objetivos de largo plazo no quedaron subordinados a las mezquindades de la brega entre partidos y los intereses de grupos no interfirieron las metas.