La misma noche del 7 de noviembre de 1917 (octubre en el calendario adoptado después por los bolcheviques), unas dos horas después de que el crucero Aurora disparara su primera descarga en blanco contra el Palacio de Invierno de Petrogrado (después Leningrado y ahora San Petesburgo), y una hora escasa después de que el batallón de mujeres que lo defendía entregara sus armas, el buque disparó nuevamente contra el edificio en que se encontraban los ministros del gobierno provisional de Alejandro Kerenski.
Robert K. Massie, describe esos momentos cruciales de la historia de la humanidad:
“A las once, otras treinta o cuarenta descargas silbaron sobre el río desde las baterías de la Fortaleza de Pedro y Pablo. Sólo dos proyectiles tocaron levemente el palacio dañando el revoque. De todos modos, a las dos de la mañana del 8 de noviembre, los ministros se entregaron”. Según lo explica Massie, esta escaramuza fue la revolución bolchevique de noviembre, la cual a su juicio, fue más adelante “magnificada en la mitología comunista como una lucha épica y heroica”. Lo cierto es que la vida en la capital rusa apenas se alteró.
El historiador destaca que “los restaurantes, las tiendas y los cines sobre la Perspectiva Nevski siguieron abiertos. Los tranvías funcionaron como siempre en casi toda la ciudad y el ballet actuó en el Teatro Marynki. En la tarde del día 7, de acuerdo con Massie, sir George Buchanan, embajador inglés, “caminaba en las cercanías del Palacio de Invierno y vio que el aspecto del muelle era más o menos normal”. La narración sirve para demostrar que la historia de la revolución soviética, como la de casi todo el movimiento comunista estuvo edificada sobre un legado de mentiras y medias verdades. Con ellas se crearon una serie de “verdades históricas” para sostener el mito con el cual, durante décadas se cautivó a la juventud en todo el mundo.