Pretender que un gobierno pueda hacer bien todo lo que hace o que por el contrario sea negativo cuanto realiza me parece irracional. Lo razonable es que tenga aciertos como también muchos errores. El balance sobre el desempeño depende en gran medida del nivel en que se le juzgue, pues el pasivo social suele ser mayor que la capacidad de un país para encarar o superar las enormes desigualdades existentes.

Suele creerse que el problema radica en la comunicación, pero una buena comunicación necesariamente no surge ni se la mide en función de su volumen. Como todo en la vida, la saturación con ella puede tener un efecto contrario al que se persigue. Lo que vale e importa es la calidad, como en cualquiera otra actividad humana.

Por lo regular el cúmulo excesivo de información impide una buena recepción de los mensajes. La gente tiende también a sospechar de todo aquello que se le repite de manera brutal, cuando los beneficios que se promocionan no llegan en la medida en que se anuncian. Esa ha sido la experiencia histórica en el continente.

No se trata de si es buena o mala la comunicación oficial. Lo importante es que ella reconozca el derecho del público a estar bien informado de cuanto hacen los gobiernos.

En Hispanoamérica, debido a los grandes desequilibrios sociales, los planes asistenciales son indispensables para preservar la estabilidad política y propiciar el crecimiento económico y el desarrollo. Pero debido a las limitaciones propias de esas economías no alcanzan a todo aquel que los necesita. La promoción excesiva de algunos programas puede llegar a surtir efectos contrarios a los anhelados debido a que en todas las redes de comunicación, sean públicas o privadas, existen orificios similares a los del tendido eléctrico, por donde se pierde una enorme cantidad de la energía servida.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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