Después de la ocupación soviética de Checoslovaquia, un partido comunista local divulgó un comunicado de respaldo a la intervención en el que también se condenaba “al gobierno yanki-balaguerista de Alexander Dubcek”. En aquella época de guerra fría, era frecuente leer en los diarios nacionales y en los periódicos de la extrema izquierda, toda clase de vituperios contra el régimen “Truji-Johnson” de Israel y cualquier otro con tendencia a valorar sus vínculos con los Estados Unidos.
La genialidad de esos grupos se daba más pronunciadamente cuando de demandas al gobierno se trataba. Por años conservé recortes en los que varios de esos grupos aparecían pidiendo, como condición para poner fin a una huelga contra el presidente Balaguer, la liberación de los presos políticos en la Nicaragua de Somoza, la retirada de las tropas israelíes de los territorios ocupados en la Cisjordania y el cese de la represión en Corea del Sur.
Recrearlos ahora resulta divertido. Pero por muy alocadas que parezcan, no siempre estas extravagancias eran fruto de la ignorancia o de un pobre conocimiento de la realidad internacional. Entonces, como ahora, las demandas desproporcionadas e irrealistas, formaban y aún forman parte de una estrategia. Un modelo de lucha con fuerte contenido persuasivo y de gran atractivo para las masas, frente al cual los negociadores dispuestos o convencidos a zanjar diferencias y alcanzar acuerdos, suelen rendirse a causa del cansancio y la irracionalidad.
Por lo regular esos grupos trabajan sobre un pliego de demandas, difíciles de honrar, bajo la consigna del “todo o nada”. No importa que se acepten las más razonables de ellas. Eso nunca basta. No cuenta el saber que la mejor manera de solucionar un problema grave es comenzar a reducirlo. La idea es dificultar cualquier vía de solución que les reste impacto a sus proclamas.