En esencia, los logros de los viajes presidenciales son de carácter diplomático. Su importancia radica curiosamente en esa peculiaridad. Ningún conocedor de la realidad internacional se atrevería a criticar, por ejemplo, la celebración anual de la Cumbre Iberoamericana. Si bien es cierto que muchos de los acuerdos suscritos en esas conferencias no han sido aplicados todavía, la familiaridad que al través de esas citas presidenciales se consigue abre las puertas de muchas oportunidades futuras.
Muchas salidas de los presidentes no han tenido carácter de Estado y, por ende, se ha tratado simplemente de viajes privados y políticos. Pero aun bajo esas condiciones, pueden ser provechosos si se realizan dentro de un marco de transparencia total que no tienen todavía.
Como candidatos presidenciales los presidentes dominicanos han sido críticos severos de los viajes de sus antecesores. Pero una vez al frente del Gobierno adoptaron una política similar, y reconocieron la importancia de unas buenas relaciones exteriores para un país tan necesitado de solidaridad internacional como el nuestro.
El presidente Luis Abinader ha asumido una política informativa que con el tiempo no servirá a sus propósitos de mantener una relación armoniosa con el resto de la sociedad. Esa política pretende suplantar con un costoso aparato de comunicación oficial, tareas que corresponden a la prensa. Buena parte de la información sobre las actividades del presidente cuando se encuentra en el exterior proviene de un muy eficiente aparato de comunicación estatal. Pero como ocurre a menudo, la propaganda sustituye la información, en detrimento de una política de enorme significado.
Esos viajes pueden ensanchar los horizontes de un país siempre y cuando respondan a necesidades verdaderas y se realicen en un esquema de austeridad, que en el caso nuestro no siempre se cumplen.