Desde mi perspectiva de opositor al aborto, he visto que en la todavía encendida discusión sobre la penalización de toda interrupción del embarazo, que inevitablemente se extenderá por mucho tiempo, se han escondido muchas hipocresías. Tras los alegatos a favor del derecho a la vida desde la concepción misma, se ocultan viejas historias de abortos y paternidad irresponsable, dondequiera que la discusión haya surgido. Alrededor de este punto surge una grande exhibición de pasiones y prejuicios, demostrando de hecho el relevante papel de las iglesias en la discusión de los temas fundamentales, en paradójica muestra de incongruencia en el debate de un texto que pretende ser expresión legítima de laicismo.
En su momento, el tema del aborto desvió la atención del país de otros asuntos no menos importantes, algunos de los cuales se refieren a los derechos ciudadanos, individuales y colectivos o difusos, que siguen generando duras controversias. Algunos de los más entusiastas defensores públicos del “derecho a la vida desde la concepción misma”, no lo respetaron en su momento. Se trata de una verdad muy conocida, imposible de ocultar y muy presente en la chismografía parlamentaria, aquí como en otras partes.
El derecho a la vida “desde la concepción misma” implica paternidad responsable, es decir el derecho elemental de los hijos a ser amados y protegidos por sus padres. Algunos de sus ardientes defensores en todas partes del mundo, arrastran consigo complejas historias públicas de infidelidad, desconociendo paternidades fuera del matrimonio, sacramento al que debían estar fiel y obedientemente obligados por compromisos con la fe. Las discusiones a nivel mundial han creado escenarios de exhibición de la más auténtica hipocresía que jamás se haya conocido, dado que al final queda al descubierto que la mayoría de ellos ha usado alguna vez preservativos.