Hay gente fanática que no tolera ideas distintas a las suyas. Pero si los periodistas tenemos el derecho a ejercer la crítica, no podemos negarles a los demás ese derecho. En mi caso había un lector que decía llamarse Radhamés que me regalaba unos soberbios correos electrónicos a una dirección del diario que me hacían llegar desde allí para mi profundo deleite. El personaje era un apasionado de la revolución cubana y un enamorado de Chávez. Sus modales eran los de un auténtico y típico entusiasta de esos dos procesos. En el fondo el tipo no me desagradaba aunque sus mensajes críticos de mis columnas, especialmente cuando me refería a Castro y al coronel, tenían por lo general un tono amenazante.
El último de sus mensajes demostraba la genialidad del tipo. Su habilidad para asociar cualquier tema que uno abordara con los objetos de su fascinación. Se quejaba que el término evacuar, que critiqué en una columna, es de uso correcto en el léxico jurídico, por lo que debo suponer que el tío, como dicen los españoles, es o era también abogado. Y en uno de sus más caritativos comentarios agregaba lo siguiente (le cito): “Tan correcto como cuando se dice que usted (se refiere a mi) evacua sus fétidos artículos contra la limpia hoja política e histórica de las revoluciones cubana y venezolana y sus líderes”, y seguía con otros primores que no me atrevo a reproducir en beneficio suyo.
En justicia admito que Radhamés, probablemente un seudónimo, mejoraba sus modales. En comparación con algunos correos anteriores, ese último era un verdadero encanto. Por razones que desconozco el hombre dejó de escribirme. Sus expresiones eran las típicas de la izquierda extrema hace cuarenta años. Como nunca me reveló su identidad ignoro si era cubano o venezolano, pero el tipo se las traía. En verdad, me tenía ganas. Y no sé si llegó a saber que era uno de mis lectores favoritos.