Las personas de éxito, el que se deriva del ejercicio o práctica de una actividad, no el fortuito producto de un golpe de lotería, tienen conciencia de sus límites. De lo que pueden hacer con base en sus capacidades físicas o intelectuales. Por eso me resulta difícil entender lo que con frecuencia se publica en los medios. Por ejemplo, leer, escuchar o ver en diarios y estaciones de radio y televisión, detalles de entrevistas realizadas a personalidades de la Iglesia. Obispos y sacerdotes hablan de todo, menos de asuntos relacionados con la fe y sus ministerios.
Se entrevista a estos religiosos sobre el proceso electoral, la crisis interna de los partidos, las quiebras bancarias, la ley de electricidad, la reforma constitucional y años atrás sobre asuntos tan mundanos como el cuestionado contrato sobre informática suscrito por la Junta Central Electoral o el agudo problema eléctrico.
Pero estoy ávido de leer las opiniones de esos pastores de almas sobre los temas que sacuden los cimientos de la Iglesia católica en las últimas décadas: el aborto, la ordenación de mujeres, el celibato y el divorcio. Nadie parece interesado en saber lo que piensan nuestros obispos acerca de la crisis vocacional que afecta a la Iglesia, o simplemente sobre las causas de la deserción sacerdotal que, según se especula, es una de las principales preocupaciones del Vaticano. Entiendo perfectamente que buena parte de la atención de la Iglesia se centre en los problemas sociales, que afectan a la sociedad, lo que ha sido una constante preocupación desde la famosa encíclica Rerum Novarum, publicada en 1891 por el papa León XIII. La voz de la Iglesia es necesaria ante la indiferencia oficial.
Pero de vez en cuando uno quisiera verla centrada en su ministerio, dado que el hambre espiritual supera en esta época la que devora los estómagos.