Una vez leí que el amor es la única sensación capaz de hacernos olvidar “la triste desventura de haber nacido”. Y es posible que sea así. Y que millones de seres humanos hayan encontrado aliento y deseos de seguir viviendo porque en algún momento encontrarán en otro una razón de sus vidas; esa luz que suele alumbrar los espacios más oscuros de la existencia humana.
Siempre he creído, sin embargo, que esa sensación a la postre no es más que pasión y deseo carnal y no ese sentimiento profundo interior, que nadie ha sabido explicar bien, y que no todos los seres humanos experimentan del mismo modo. Por supuesto, el amor se expresa de distintas maneras. Tal vez el más puro es el filial cuando la familia crece y se llega a comprender que existe una obligación más allá y urgente que la propia existencia personal.
La experiencia me dice, la propia y la de extraños, que el verdadero amor, el que sobrevive a la distancia, a los pesares económicos, a lo malos entendidos, el que supera la distancia de los años, es el que llega cuando fuego se apaga y dos almas se entremezclan al punto de llegar a ser una sola. Es el amor que se siente cuando miras a un lado y no la ves : miras hacia el otro y tampoco está. Cuando no escuchas sus pasos en la casa, ni sientes el aroma de su cuello, ni el débil sonido de su voz, cuando regresas del trabajo a la casa.
El que se siente cuando uno de los dos se ha ido y de noche al sentir vacía la parte de la alcoba donde tantas veces te abrazo, crees escuchar un susurro diciendo que esperan por ti.
Eso, y no otra cosa, es el verdadero amor.