Los surcoreanos alcanzaron en el 2009 un pacto para enfrentar la crisis económica y salvar los empleos. Para evitar despidos masivos, el gobierno, los empresarios y los sindicatos decidieron aceptar recortes salariales. A su vez, el gobierno de Seúl se fijó como una prioridad mantener los niveles de puestos de trabajo.

La base de este acuerdo consistía en reconocer que el peor de los escenarios pudiera darse con la pérdida masiva de empleos, el camino más rápido y seguro al caos y al derrumbe de la economía. Cuando se leen estas cosas, quisiera que nosotros fuéramos también capaces de actuar con la responsabilidad debida para encarar los enormes desafíos provenientes de las grandes calamidades de una crisis cuando se presente. Recordemos que Corea del Sur protagonizó a partir del proceso de industrialización iniciado en los años sesenta uno de los milagros económicos más sorprendentes del siglo. Para aquella época, la economía de la nación asiática era muy semejante a la nuestra, con niveles de exportación también muy parecidos.

Mientras los surcoreanos asumían el compromiso con el empleo, se dio en el país una cumbre de las llamadas “fuerzas vivas” convocada por el presidente de entonces. Fue lo más cercano a un intento de pacto o compromiso social por el desarrollo en muchos años. Los resultados de ese evento pudieron poner al presidente en condiciones de liderar un gran esfuerzo en la dirección lograda por los surcoreanos. El problema fue que la dirección del país marchaba en una dirección opuesta y no hubo indicios de voluntad alguna en el gobierno para someterse a la austeridad reclamada por la crisis, como ocurría en la mayoría de las naciones. Un pacto nacional para preservar los empleos, mientras cierran empresas y se reducen las nóminas de personal, pudiera ser la única receta al mal de la economía. Pero el gobierno era y es el único en capacidad de emprender esa acción con éxito.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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