El chavismo tiene que ser la penitencia que los venezolanos se han visto obligados a sufrir por algún pecado imperdonable. Soportar a Hugo Chávez tuvo que ser un fastidio, especialmente para aquellos con un concepto definido de la democracia. Pero lo de Nicolás Maduro es inaguantable. De todas maneras, si no fuera por el efecto nocivo de sus actuaciones en la vida institucional de ese hermoso y grande país, el ejercicio presidencial de ambos resultaría de lo más divertido.
Algunos intentan hacer diferencia entre uno y otro. A Maduro se le apareció un pajarito para confiarle un mensaje de Chávez desde el más allá. Pero Chávez fue quien trazó las líneas. Cómo olvidar aquél discurso del comandante al reanudar sus interminables alocuciones semanales en su programa “Aló Presidente”, que tenía suspendido debido al mundial de fútbol y su gira posterior al extranjero. En esa intervención se refirió a la salud de Fidel Castro diciendo que el líder cubano estaba recuperándose de la operación que lo obligó a entregar provisionalmente todos los poderes a su hermano Raúl. La pieza es toda una joya de la literatura política latinoamericana.
Les copio: “¿Qué tal Fidel? ¿How are you? Patria o muerte, venceremos. ¿Cómo estás? Un abrazo compañero, camarada y amigo. Sé que te estás recuperando. Tenemos informaciones fidedignas de tu franca recuperación. Vamos a darle un aplauso a ese hermano. Ya sabes, me esperas por allá para que tomemos un ‘tsunami, que es un energético que prepara Fidel con soya, avena y no sé cuántas cosas más”. Y por ahí siguió, como se dice en buen dominicano. Aunque para mí su cátedra sobre el Papanicolaou sigue siendo lo mejor de su repertorio.
El programa de Chávez se difundía en la hora de mayor audiencia y los canales estaban obligados a entrar en cadena por las largas horas que duraban sus peroratas, imposición que sigue vigente todavía.