Las leyes dominicanas relativas al régimen electoral,15-19 y de partidos políticos 33-18, al igual que la propia Constitución, establecen que la forma de acceder a las posiciones electivas de poder, es a través de las organizaciones políticas. No existe manera de que un ciudadano, por prestante, capaz y bien intencionado que sea, pueda participar en un torneo electoral, sin apoyo de alguna organización que no sea política. Los miembros activos de los partidos y movimientos constituyen la llamada clase política, término acuñado por Gaetano Mosca, sociólogo, político y senador vitalicio italiano. Para él, la élite es una clase social política organizada, que se destaca de las masas, a tono con la expresión de que “No puede haber organización humana sin jerarquía, que exige necesariamente, que unos manden y otros obedezcan”. Tenemos, en esencia, un sistema de delegación de poder. Es por tanto importante la existencia de esa élite que, destacada de la masa, lucha tenazmente en enfrentamientos diversos, para acceder a las mejores posiciones del aparato estatal. Los políticos criollos, salvo honrosas excepciones y los de los olvidados círculos de estudio, son empíricos productos del folklor local en esa materia. Existe toda una cultura en el accionar de la política vernácula, herencia lejana de la dictadura de Trujillo y el magistral legado de la práctica balaguerista. Simulación, “marrulla”, audacia, “bulto” y conveniencia, son herramientas importantes. Es dable que esa clase, que se direcciona a sí misma hacia el abismo, pasando por un creciente descrédito, redefina sus acciones, a tono con las demandas progresivas de una población que recela de las mayorías volátiles, de la ausencia ideológica y del “transfuguismo”; que duda de la sinceridad programática porque ha vivido el desvío de las declaraciones de buenas intenciones en tiempos de campaña y la cruda realidad, en épocas de poder. Historia repetida desde la reconquista de las libertades en el 1961, que recicla los viejos problemas. El Estado no puede ser simplemente generador de empleos para muchos y promotor de ascensos sociales y económicos para unos pocos. de claro objetivo, a costa del bienestar de todos. Es imposible sostener, sin degradar enormemente la calidad de vida nacional, el desbordamiento y magnitud de las ubres estatales. Concho Primo, célebre personaje de la clase política de antaño, vive aun en un país donde para aplicar las leyes hay que ser abogado, pero para elaborarlas basta ser ciudadano de cierta edad, sin que importen preparación ni capacidades. Se precisa de una clase política más comprometida con los que dicen representar, con funcionarios de comportamiento observable, diáfano y a la vez con procedimientos sancionadores expeditos cuando existan desvíos comprobables. Clase política más a tono con una ciudadanía que los supera, y exige mecanismos de control; que impulsa un rechazo social a la corrupción traslúcida y la impunidad y que anhela políticos que hagan posibles realidades más cercanas a sus sueños, donde la mediocridad no sea norma. Las mismas redes sociales que se usan para promover, sirven para desenmascarar y desacreditar. Son otros tiempos y soplan otros vientos…