La enciclopedia define nuestra “chichigua” como: “artificio volador utilizado como entretenimiento que consta de una superficie de papel, tela u otro material liviano montada sobre una armazón sólida de caña y sujetada a un hilo por la parte inferior”. Con nombres muy diversos: papalote, petaca, culebrina, piscucha, milocha, barrilete, pandorga, volantín, chiringa, cometa o papagayo y más. Se estima que se originan en China, alrededor del 453 aC, país con una tradición milenaria y una cultura de destrezas. Inspiradas en un halcón que volaba sin batir las alas, dio ideas al chino Muo Di. Es un aerodino con leyes propias que remonta ante el viento y que en Dominicana su “época” se asocia con las brisas de cuaresma. Ahora, con el lenguaje de los “muñequitos” nuestros niños se distancian del nombre autóctono y la llaman “cometa”. Lejos andan los tiempos donde la creatividad se exaltaba para fabricar “pájaros” como también se les denomina, con técnicas que se trasmitían de generación en generación y con lenguaje propio. Las recibí de mi padre, proporciones y dimensiones que hacían de ese artefacto comportarse de formas distintas en el aire. Pendones, soporte de las flores de la caña de azúcar o mejor y más fuertes, los de caña brava, formaban el armazón que servía de estructura de soporte de 3 miembros entrecruzados en el centro, y si era un “picabohio”, un cuarto que definía la parte superior. El centro y bien unido con “gangorra “ y sostenidos en sitio por un alfiler provisional. Una gangorra formaba el perímetro de nuestro exágono del tamaño escogido. El papel de vejiga, liviano y multicolor según el “diseño” escogido y la combinación seleccionada, se unía con engrudo de almidón, preparado en “baño de maría” hasta conseguir la consistencia. Un poco más grande el forro que “el equeleto”, permitía doblar hacia la parte posterior ese exceso, logrado que quedara templado el papel y presentara una cara lisa, al viento impulsor. Se reforzaba el agujero adonde se fijarían los “frenillos”,uno al centro y dos a los vértices superiores, haciendo que quedaran equidistantes. Serían responsables del soporte y del “güireo” y de evitar que nuestra elaborada chichigua se fuera “en banda”. La descripción académica no incluye la “cola “ de nuestro artefacto volador y que consistía en una tira de sábana vieja, ligera, que mi padre me enseñó a cortar de mayor a menor para darle una apariencia alegre y permitiera “encampanarlas” con facilidad para las maniobras a realizar con el fondo azul de cielo, equilibrada para evitar la “culebrilla”. A las chichiguas se le ponían “festones” a los costados, y “abejones” que hacían más vistosa su apariencia a más de emitir un zumbido parecido al de insecto volador de gran tamaño, de nuestra fauna criolla. Un “tambor” en el centro, consistente en un pedazo doble en papel de vejiga con un núcleo de gangorra, unido a los extremos del padrón central horizontal”, contribuía a “musicalizar” nuestra obra.