No hay duda de que la estrategia política-electoral del proyecto reeleccionista -mantener la oposición dividida o fragmentada- ha sufrido un duro golpe político desde el anuncio de la alianza “Rescate RD” que han pactado el PLD, la FP y el PRD, pues se trata de la unificación electoral de tres de las fuerzas políticas que, según la JCE, son mayoritarias y como tales se les asigna el 80% de los fondos que el organismo rector electoral, por ley, distribuye entre los partidos. Pero además, significa, si partimos de los resultados de 2020, que el 45% de los votos de esas elecciones, hoy 2023, están unificados en el objetivo político-electoral de desbancar o sacar, en febrero y mayo de 2024, al PRM-gobierno de los poderes públicos. Y esa realidad, fría y contundente (vista en proyección), es la que explica la campaña negativa que han puesto en escena con inusitada virulencia.
Sin embargo, por más que esa campaña negativa trate de actualizar y rememorar los superados desencuentros Danilo-Leonel -o la falencia sistémica corrupción pública-privada (de la que tampoco escapa el actual gobierno)- no borra, del imaginario nacional, lo que decía el presidente, en la oposición (2020), respecto a la reelección y lo que significaba para el país (“…muy negativa en todos los órdenes….), pues no hay reelección exenta del uso y abuso de los recursos públicos. En otras palabras, lo que los expresidentes protagonizaron -reelegirse- simboliza el pasado, mientras lo que el presidente aspira y quiere, hoy, simboliza el presente. Y ya una legendaria teórica comunista del siglo pasado dijo: “…una acción vale más que mil palabras”; y el anuncio del presidente en reelección no miente.
Y no decimos que sea imposible, pero derrotar a la oposición entera -porque aquí, desde el anuncio de la alianza “Recate RD”, el país se dividió en dos- luce, dada la caótica situación sociopolítica-económica actual (inflación, desempleo, canasta familiar por las nubes, desborde migración haitiana e inseguridad), cuesta arriba que el Gobierno logre reelegirse. Y ese nada halagüeño cuadro socioeconómico y de percepción pública, ni el mago Vengoechea lo puede revertir. De modo que, en pura matemática o aritmética, es cuasi imposible la repostulación (por más “encuestas” de sastrería-mentiras que publiquen).
Y los teóricos u analistas podrán, interesados o no, auscultar en las debilidades de esa alianza, pero no hay como obviar su proyección y fortaleza de cara a febrero y mayo de 2024. Además, hoy día las sociedades más que ideología, doctrina o lo que haya dicho un político o candidato vale menos que la certeza de la experiencia en el manejo del Estado, las realizaciones o gerencia efectiva como en el caso del PLD y su candidato. Esto sin entrar en comparaciones y detalles -antes y después (PLD-PRM)- sobre estabilidad macroeconómica, agricultura -producción alimentaria nacional-, colapso de otrora servicios públicos, orientación del gasto público y política de empréstito -donde este gobierno, entre años, ha roto récord en endeudamiento público-.
Finalmente, lo peor de todo, en términos de imagen y pesimismo nacional (además de la asfixiante realidad socioeconómica que abate a sectores desposeídos), es que la sociedad dominicana percibe que el país se nos va perdiendo étnica y culturalmente -dos aspectos fundacionales o fácticos-neurálgicos-; y esa percepción pública-ciudadana ya se hizo realidad en la mente o imaginario del pueblo dominicano. En consecuencia, esa sensación o frustración nacional no hay forma de que no se traduzca, en febrero y mayo de 2024, en votos-castigo, así se oponga el mago Vengoechea o el escapista-vate Andres L. Mateo.