Julio Brache Arzeno nació en Moca un 18 de junio, hace 96 años. Su padre era un humilde y laborioso agricultor, que procreó con su esposa una familia de 8 hijos. Don Julio era el mayor de los varones y lo ayudaba en sus labores, al mismo tiempo que estudiaba. Se desplazaba en bicicleta de Moca a La Vega para tomar sus exámenes de grado.
Con 18 años de edad ingresó a la Facultad de Medicina de lo que hoy en día es la UASD, y continuó cooperando con los gastos de su hogar cuando realizaba su pasantía (y apenas ganaba 18 pesos mensuales). Se graduó en 1952 de médico cirujano.
Siete años después contrae nupcias con Elsa Álvarez Bonilla y forman una familia de cinco hijos.
Por su excelente desempeño como médico militar, es nombrado director del Hospital Moscoso Puello. Cuando ejercía esa función, compra seis vacas lecheras y las pone a producir en una porción de tierra que le prestó el padre de su suegro.
Trabajador incansable, su jornada comenzaba a las cinco de la mañana. Buscaba la leche y salía a venderla, cumplía su función en el Moscoso Puello, y luego se trasladaba a su consultorio en la Abel González (donde muchas veces atendía sin cobrar). De ahí salía a impartir clases a la universidad. Hombre visionario además, comienza a dedicarle más energía a sus labores ganaderas. Adquirió más vacas y compró una finca más grande. Su principal cliente era el Estado, y como no pagaba a tiempo, decide invertir en su propia pasteurizadora. Pero antes de que esta pudiese entrar en operación, surge la Revolución del 65 y todo se paraliza.
Como a las vacas hay que ordeñarlas diariamente (leche que no se vende se daña), doña Elsita decide apoyar a su marido y se dedica (en el patio de su casa) a fabricar queso y mandarlo a vender en un triciclo por el vecindario (la mayoría de las veces fiado). ¡Qué suerte tuvieron ambos en encontrarse!
En 1966 surge la Leche Rica, pasteurizada y en botellas de vidrio (antes la leche se compraba en bidones de acero), y se convierte rápidamente en la marca preferida del consumidor dominicano.
Para entonces don Julio abandonaba su carrera de cirujano y se entregaba a administrar la Pasteurizadora Rica, que logra expandirse hacia Hacienda Jubaca, Pasteurizadora Cibao, Consorcio Cítricos Dominicanos y Lechería San Antonio.
El grupo en conjunto da sustento a más de 2,500 empleados, y ha colocado la marca en más de 20 países.
En el 2009, y siendo fiel a su deseo de ayudar a los más necesitados, Julio Brache crea la Fundación Rica, que ha mejorado la vida de miles de dominicanos en las áreas de educación, salud, deporte y medio ambiente.
Su trabajo lo apasionó siempre…pero su principal motor fue ese sentido de responsabilidad hacia su familia. Quería protegerla y garantizarle mejores oportunidades de progreso. ¡Vaya que lo logró!
A doña Elsita no solo la amó y respetó, sino que también la complació con esos detalles que nos encantan a las mujeres. Y ella no solo le devolvió ese amor, sino que lo admiró y cuidó con gran devoción.
Para sus hijos y nietos estuvo siempre presente con su inmenso cariño y sabios consejos.
Y como si sus logros empresariales y familiares no fueran suficientes, don Julio fue también extraordinario en muchas otras áreas de la vida.
Noble y caballeroso. Jamás estirado. Todos los que tuvieron el privilegio de conocerlo y tratarlo, se sintieron muy especiales en su compañía.
Moderado en sus hábitos y muy disciplinado con sus ejercicios, caminaba con garbo y elegancia, y lucía siempre muy apuesto.
Supo disfrutar con plenitud los placeres de la vida: recibió con esplendor y mucha alegría a familiares y amigos en su hogar, viajó por el mundo (con el entusiasmo de un niño para conocer los nuevos restaurantes de moda), degustó su traguito, paseó por su Nueva York.
Cultivó su formación personal a través de la lectura curiosa. Era un lujazo conversar con él, y no faltaba en sus comentarios ese toque pícaro de hombre inteligente.
Hombre de Dios. Irradiaba la serenidad y no guardaba rencor (y eso que enfrentó adversidades y le hicieron “sus cosas”). Siempre bendecía la mesa.
Personas como Julio Brache no deberían irse. No queda más remedio que aceptar su partida, con la convicción de que descansa en paz y de que en esta vida encontró su propósito y lo cumplió.
Su ejemplo seguirá iluminando el camino de los que continúen su legado.