Abrió los ojos poco antes de las 6, su reloj corporal no necesita la alarma del reloj, le espera la misma rutina consistente en despertar a los muchachos para las clases y prepararles el desayuno con premura porque no se puede perder tiempo.
Mientras espera que las tostadas se disparen, piensa en sus planes del día que se limitan a unas pesarosas horas de un trabajo mal pagado que aborrece, pero que es su único sustento, por lo que no puede prescindir de él (se consuela pensando que, al menos, no está desempleada). Una vez verificado que ya sus hijos estén listos (con el consabido retraso del que se vuelve a dormir, apenas lo despiertan) se dispone a llevarlos al colegio, antes, al verse en el espejo, comprueba que necesita urgentemente ir al salón, pero su presupuesto no le alcanza, así que prefiere ignorar su apariencia porque hay otras prioridades en la casa.
Luego de los berrinches mañaneros, deposita a los niños en el colegio rápidamente, siempre evitando a la profesora para que no le trate algún tema que la complique. Después de parquearse en el lugar habitual, saluda al guardián -que de seguro tendrá problemas existenciales mayores que los suyos- entonces, aprovecha para revisar el balance de su cuenta en el celular para confirmar que, otra vez, el padre de los niños no le ha depositado lo de la manutención. Prefiere respirar profundo y ver cómo se las arregla, antes que llamarlo y decirle lo que se merece porque no servirá de nada, allá él y su conciencia.
Cuando se sienta frente a su computadora, suspira y divaga un poco pensando qué fue de aquellos años en que no tenía preocupaciones y su única decisión relevante era la del vestido que se pondría. Esa etapa luce lejana, como si la hubiera vivido otra persona, ahora, solo le queda aguantar a un jefe insoportable que paga sus frustraciones con ella, pero no hay de otra, porque no tiene a quién acudir, ya sus padres están muy mayores para mortificarlos con esos temas y sus hermanos tienen los suyos.
Mira a su alrededor y observa compañeros concentrados en sus ocupaciones, a lo mejor, tan cansados como ella, luchando por sobrevivir sus propias historias, por lo que solo pide a Dios que las horas pasen rápido para llegar a la pausa de almuerzo, luego, a la salida y después, para el fin de semana. Así sentirá que es parcialmente libre, aunque fuera por apenas dos días; talvez se los pasará llevando y buscando a sus hijos, pero ese es su trabajo más placentero, el que la llena de satisfacciones y el mejor remunerado.