El feminismo bien entendido es un movimiento social que reconoce el valor de la mujer y la igualdad entre los géneros, sin los extremos odiosos de la corriente radical que la enfrenta al hombre como su enemigo, y obvia que se complementan y que sin él no sería posible la procreación. Desde la antigüedad, la biblia muestra de manera fehaciente la dignidad y el puesto que merece todo ser humano, independientemente de su género, etnia o condición social en el que la mujer no fue una excepción; por eso, vemos historias como las de Ruth, Ester, Deborah o Sara, entre otras, que se destacan en varios de sus pasajes con una participación estelar en muchos de los eventos trascendentales y definitorios del cristianismo.
La primera evidencia del sitial femenino es la elección de María como madre de Dios, ejemplo de humildad y valentía dentro de una sociedad patriarcal, quien no solo lo trajo al mundo, sino que también lo protegió en su infancia y le indicó cuándo hacer el primer milagro con la conversión del agua en vino. Antes, se presenta a su prima Isabel, madre de Juan el Bautista, figura clave en su misión terrenal que, llegada su adultez, lo bautizaría. A lo largo de la vida de Jesús se anuncian muchas seguidoras de su credo, en igualdad de condiciones que los del sexo opuesto, con actuaciones determinantes y a las que dispensó un trato desprovisto de discriminación, sea cual fuera su labor, en una época que distaba de las conquistas alcanzadas muchos siglos después.
Vale recordar la defensa de la mujer adúltera cuando enfrentó a los que la acusaban instándolos a que, si estaban libres de pecado, se atrevieran a lanzar la primera piedra. En los milagros que realizó siempre había involucrada una madre, hija o compañera, que también le daban acogida en sus casas, recordemos cómo trató a la que le lavó los pies, a pesar de su reputación.
Fueron también ellas las que lo acompañaron en su pasión y muerte, a la vez que lo prepararon para su sepulcro y luego, descubren su resurrección. Entonces, mal podríamos los simples mortales bajo el amparo de la religión y desde púlpitos particulares menospreciar a los seres que Jesucristo defendió, amparó y enalteció siempre, como entes primordiales del hogar y la formación de su descendencia, pero también, como seres productivos para sostener y llevar a buen puerto la nave familiar, tal como lo hubiera querido el Maestro cuando expresó: “Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres” (Mateo 15:28).