Desde tiempos inmemoriales, con la denominación de triste recordación de “jefe”, se ha entendido que quien dirige un conglomerado humano es automáticamente su líder. Sin embargo, no es así. Será el superior de un grupo determinado, pero no por eso se convierte en su líder.
El liderazgo es un camino que se transita, paso a paso, para en el recorrido ser reconocido como tal, y no el resultado de un nombramiento producto de las necesidades del momento, de privilegios- quizá inmerecidos- o de coyunturas que, a lo mejor, no han tenido nada que ver con su talento.
Un líder no nace, se construye, por eso proviene del verbo inglés “lead” de conducir y guiar; no es un hecho aislado, es un trayecto que lleva tiempo para generar la confianza entre los que de él dependen. Por eso, no es el que da órdenes aprovechando su jerarquía, esperando que sean cumplidas por su posición de poder o por las necesidades de los que no pueden darse el lujo de contradecirlo. Al contrario, es quien no necesitará proclamar que es quien manda porque su trabajo es el mejor aliciente para que otros lo obedezcan.
Un verdadero líder es el primero que llega y el último que se va, sin victimizarse ni disfrazarse tras discursos de trinchera para que le reconozcan sus méritos. Es quien está desprovisto de complejos, no se obnubila por la lisonja que viene con sus funciones ni se tienta por los favoritismos para sus acólitos; en cambio, está plenamente consciente de que también los otros pueden destacarse, por lo que delega y supervisa. Es quien con sus actuaciones no alberga como temor perder el respeto de los demás, bajo la creencia de que el puesto lo trae consigo y se aferra a él como un náufrago a un salvavidas.
Es quien hace sentir a los otros como compromisarios del mismo objetivo en común y les transmite el entusiasmo de lograrlo juntos, sin siquiera exigirlo, porque los ha convencido con su carisma, capacidad de persuasión y calidad humana.
No es quien se apoya en poses fingidas, sino que es una persona plena, realizada y accesible, no porque lo diga, sino porque así lo sientan todos sus colaboradores. Es el que crea un espacio sano para que todos se sientan cómodos, valorados, respetados y reconocidos, sin que medien exhortaciones vacías, ya que su sólo comportamiento hablará por él.
Un líder es el primero en admitir que no lo sabe todo y reconoce cuáles son sus limitaciones, ese es el secreto de su éxito. Es el que consulta, se asesora y rectifica, si tiene que hacerlo; sabe recibir los aportes de los demás, sin atribuirse esas conquistas como propias. Es quien se disculpa ante la ofensa porque entiende que humildad no es debilidad y que solución no es imposición.
Es quien exhibe un trato afable y considerado porque comprende que esas particularidades de cada uno son las que nos hacen grandes, diversos y especiales; es el que sabe identificar tras esas diferencias el potencial de su equipo. Es aquel que aporta a la posición y no la posición a él, porque trasciende más allá de ella y seguirá brillando, aun sin tenerla.
Un verdadero líder es quien conserva el respeto y la estima de los demás cuando ya no los dirige. Es a quien se le felicita sinceramente, no cuando llega a la posición por haberla obtenido, sino cuando se marcha por la impronta que ha dejado. Pena que tengamos muchos jefes, pero pocos líderes.