En la mayoría de los países el gobierno controla las condiciones bajo las cuales trabaja la gente.
La intervención gubernamental en el mercado laboral comenzó durante la revolución industrial, cuando niños indefensos eran utilizados en las minas de carbón y entre maquinarias que podían amputarles los miembros. Entonces se dictaron leyes para proteger su fragilidad e inocencia del abuso de mayores.
Luego continuó de diferentes maneras, se ocupó también del trabajo adulto, y reguló horarios, períodos de descanso, salario mínimo, vacaciones por maternidad, suministro de equipos de seguridad, condiciones para el despido, existencia de sindicatos…
Muchas veces esta intervención cae en la más absurda irracionalidad.
Esas mismas leyes contra el trabajo infantil, por ejemplo, que protegieron a menores de ser vilmente explotados en minas y fábricas, continuaron vigentes cuando el mundo ya había cambiado, e impidieron que adolescentes robustos empezaran a ganar experiencia en una cómoda oficina con aire acondicionado. Los dejó “parados” y dificultó su entrada al mercado por falta de capacitación.
Se da el caso también de países como Francia, que regulan para que se trabaje 300 horas menos al año que en Japón y Estados Unidos, y que se den vacaciones de un mes completo. Entonces se quedan cortos de enfermeros y médicos en meses como agosto, y quedan desamparados los ancianos ante las olas de calor. Mientras pretenden mejorar las condiciones laborales de un grupo, se llevan de encuentro a otro más vulnerable.
Y en el tercer mundo es de todos conocida la presencia de multinacionales. Muy criticadas por el mundo desarrollado que considera inadmisibles las condiciones bajo las cuales contratan.
Pero resulta que en algunos de esos países pobres, hasta se pagaban sobornos para poder ser contratado en una de esas “explotadoras e inhumanas” multinacionales. La alternativa era recoger basura en condiciones de “hedor nauseabundo que tapa las fosas nasales, enjambres de moscas pegadas al cuerpo, y humo que ciega los ojos”, ganando la mitad de lo que podían ganar en ellas.
Lo que a consideración de ricos desde la comodidad de su hogar era deplorable e injusto, para los que lograban ser contratados en estas empresas era como ser bendecidos con una inmensa suerte.
Un país africano exigió a las multinacionales el pago de salarios más altos, y terminó privando a sus habitantes de esa suerte, para sumirlos más en la pobreza, cuando las empresas se fueron a instalar donde esto no se les exigía.
Obviamente lo ideal sería que poco a poco los trabajadores del tercer mundo fueran aprendiendo destrezas y mejoren su productividad, y esto se tradujera en mejores condiciones y paga.
Pero esto no se logra espantando con regulaciones, sino con atraer más de estas multinacionales y que tengan que competir entre ellas para obtener buenos trabajadores, y les paguen más.
Al final de lo que se trata es de ampliar y mejorar las alternativas reales de sustento. Esto lo logra el crecimiento económico y la prosperidad. Jamás una ley impuesta por decreto, como si de una varita mágica se tratara.