Creemos que por más que toda la oposición –arrastrada por una minoría política-electoral ofuscada y levantisca- se haya prejuiciado, como se evidencia, contra la Junta Central Electoral (JCE) y, en consecuencia, todo le huela-quiera “auditar hasta el lapicero…” -pero no cuando es favorecida-; sin embargo, no se puede negar que el país dejó atrás el fantasma del “fraude electoral”, y que lo que si prevalece es un clientelismo político-electoral del que ningún partido, hasta hoy, escapa y que hay que denunciar, perseguir y sancionar, mas una falencia histórica-cultural: nuestra clase política, pero más que nada, sus líderes, carece de un código del perdedor.
Y da pena, pues hace mucho tiempo la JCE goza de un bien ganado reconocimiento regional, e incluso de modelo de gestión electoral. Sin embargo, y al ritmo de esta batahola coyuntural de reclamos -válidos o no- y del síndrome o psicosis del que se espanta hasta de su propia sombra, se ha tirado por la borda ese trecho institucional recorrido, incluso por quienes –partidos y líderes- mas aportaron, y todo, aparentemente, en aras de eclosionar una coyuntura política-electoral porque duchos actores políticos –con énfasis en una minoría ofuscada- no han sabido trasmutar derrotas recientes ni pasadas. Es como sobreponer el interés particular por encima del interés nacional; y, de paso, querer enrumbarnos por etapas oscuras ya superadas de nuestra historia contemporánea.
La ganancia de esa sinrazón o, uso del “fraude electoral” como chivo expiatorio para justificar no lograr “mayoría electoral”, no logramos entenderla en tanto descalificación-descrédito de la institución rectora en materia de organización y administración de elecciones nacionales y la intención aviesa de pretender sumar al país al club de países que están viviendo crisis de gobernabilidad. Tal estratagema, es más que una irresponsabilidad política. Es la pérdida de cordura o sentido de paz social.
La oposición política sensata -a propósito, ¿por dónde andará?- y que tiene posibilidades de ensanchar su exiguo espectro geográfico-electoral, debería repensar el seguir siendo vagón de una estrategia o relato -imaginario “fraude lectoral”- cuyo sustento es la fantasía y el ego-líder herido que, al parecer, solo le importa, y a como de lugar, sacar del poder a su otrora partido y a sus ex compañeros jerárquicos que tantas veces les hicieron mayoría en sus momentos de hegemonía-orgánica.
Por ello, pienso, hay que desterrar, de cuajo, esa arraigada cultura del líder-partido o del que se cree aspirante eterno-insustituible en desmedro de los liderazgos en ciernes, llámense: Gonzalo, Margarita, Brito, Abel, Navarro u otros tantos… -como en los demás partidos-.
El país, entonces, que esté conteste y al unísono, cual “Jalisco no te rajes”, pues le será necesario.