Las relaciones de buena vecindad necesarias para la convivencia pacífica de los países de la región de Latinoamérica atraviesan por una etapa de inestabilidad, como resultado de las diferencias ideológicas entre los gobernantes de turno, el desatino en la toma de decisiones puntuales y la reestructuración de la agenda de intereses.
En ese tenor, el contexto en que se dio la ruptura de las relaciones diplomáticas entre México y Ecuador, evidencia la falta de tacto y el desacierto desde uno y otro litoral. Las declaraciones extemporáneas del presidente mexicano, Manuel López Obrador, que relacionan el triunfo electoral de su homólogo ecuatoriano, Daniel Noboa, con el asesinato de quien fuera su adversario en las elecciones presidenciales, Fernando Villavicencio, fueron el detonante para que policías ecuatorianos incursionaran en la embajada del país azteca, derivando en un altercado entre el personal diplomático y la fuerza del orden.
Con esta medida, las autoridades ecuatorianas violan la Convención de Viena en lo relativo a la inmunidad que tienen los locales y el personal diplomático, procediendo a alimentar un conflicto que puede llegar a la Corte Internacional de Justicia y que demandará esfuerzos para que estas relaciones puedan restablecerse. Mientras tanto, esta ruptura representa problemas de imagen y pérdidas económicas para las naciones involucradas, por la suspensión de los servicios consulares, entre otras actividades relacionadas.
Otra situación que se torna delicada, es el diferendo que mantiene Venezuela con varios países, por razones distintas. Con Guyana y Surinam se disputa la zona del Esequibo, rica en recursos naturales de gran valor estratégico como el petróleo. La nación bolivariana de manera unilateral ha militarizado la zona limítrofe y encaminado disposiciones que son una afrenta a los demás estados involucrados en este diferendo.
Entre estas iniciativas se puede mencionar: la realización de un referendo consultivo no vinculante en el que se aprobó la creación del estado Esequibo, y la promulgación de una ley donde se establecen los nuevos límites territoriales. En última instancia, Venezuela depositó un documento en la Corte Internacional de Justicia, en el que defiende “su verdad histórica”, sustentada en la supuesta posesión de un título de la Guyana Esequiba.
Venezuela y Argentina también tienen diferencias. Nicolás Maduro dispuso el cierre del espacio aéreo a las aeronaves argentinas, como mecanismo de rechazo a la incautación de un avión de la empresa estatal Conviasa, que estaría vinculado a Irán, mientras que Javier Milei anunció acciones diplomáticas.
Al margen de estos conflictos, Venezuela enfrenta críticas y cuestionamientos de varios líderes latinoamericanos, por las maniobras descaradas realizadas por Maduro contra la oposición política con miras a las elecciones presidenciales del 28 de julio de este año, creando las condiciones para quedarse en el poder.
Se entiende que por asuntos ideológicos sea criticado por los presidentes argentino, Javier Milei y salvadoreño, Nayib Bukele, pero llama la atención que otros que le son afines y además antiguos aliados del chavismo, hayan expresado preocupación por el derrotero del panorama electoral venezolano, siendo los casos de los dignatarios colombiano, Gustavo Petro y brasileño, Lula da Silva.
Venezuela corre el riesgo de quedar aislado y Maduro, si finalmente gana las elecciones como todo parece indicar, con un poder cada vez más cuestionado en la región y fuera de sus linderos territoriales.
Lo más preocupante de este escenario, es que los líderes latinoamericanos no parecen interesarse en las problemáticas comunes ni en proyectarse como entes de equilibrio que puedan mediar ante este panorama adverso.
Por igual, el ostracismo terminó consumiendo a los mecanismos regionales que surgieron de manera alterna a la Organización de Estados Americanos (OEA), donde los países regionales debatían sus diferendos y encaminaban iniciativas comunes.
Todo lo anterior está determinado por las diferencias ideológicas y de intereses de los gobernantes de la última década, que han decidido privilegiar las relaciones bilaterales con las naciones hegemónicas más afines a sus intereses y a su doctrina política, lesionando las relaciones de buena vecindad y en menoscabo de los intereses regionales que deben ser abordados, consensuados e impulsados para fortalecer la armonía y el desarrollo de los estados, que como se aprecia, no pasa por su mejor etapa.