República Dominicana, como han hecho otros países, debe continuar creando las condiciones para aumentar el uso del transporte colectivo organizado y disminuir con ellos tapones en las grandes ciudades, como el Distrito Nacional, las provincias Santo Domingo y Santiago.
Mi reflexión parte de la grata experiencia vivida en días pasados, cuando utilicé el Metro de Santo Domingo por la falta de mi vehículo, que estuvo recluido en un taller.
Sentí un alivio del estrés de casi todos los días, cuando tengo que durar hasta una hora y media para trasladarme desde mi residencia hasta la oficina, por los embotellamientos y la lentitud del tránsito, lo cual implica, además del tiempo, un uso excesivo de combustible y una lesión para mis bolsillos, como sucede a la mayoría de los conductores de grandes ciudades del país.
Es positivo y plausible que el presidente de la República, Luis Abinader, y el Gobierno tengan entre sus proyectos y planes la construcción y ampliación de transportes masivos organizados, como el Metro de Santo Domingo, la ejecución de un teleférico en Los Alcarrizos y del Sistema Integrado de Transporte de Santiago, que incluirá un teleférico, un monorriel, autobuses eléctricos y vías para bicicletas.
Pero para que las soluciones de transporte en el país sean utilizadas por una mayor cantidad de personas, entre ellas integrantes de la clase media, se deben incluir infraestructuras necesarias para una mayor comodidad y seguridad, como parqueos adecuados y seguros en las paradas, para que quienes deseen dejar sus vehículos en esos lugares se vayan con la tranquilidad de que sus automóviles están protegidos de robos y otros daños, hasta que los sistemas de alimentación (guaguas propiedad del sector público o el privado) estén funcionando de forma correcta, y se pueda recorrer todo el trayecto de manera confiable.
La ampliación del transporte colectivo organizado es una necesidad perentoria en un país donde cada día crece el parque de vehículos, lo cual podemos comprobar con una simple observación en las calles de una gran cantidad de automóviles con placas de exhibición, contrario a ciudades de naciones desarrolladas, como Nueva York, donde un amplio porcentaje de personas aprovecha cada día el eficiente sistema de transporte masivo, sin sentir la necesidad de adquirir un medio de traslado individual.