Aunque ha suscitado un gran debate la conveniencia o inconveniencia política de la acusación formulada contra Donald Trump, primer presidente, pasado o presente de los Estados Unidos de América, acusado de cargos criminales, las imágenes que captaron su comparecencia de la pasada semana ante un juez en Manhattan para escuchar los 34 cargos en su contra, de los que se declaró “no culpable”, son la más poderosa representación que hemos vivido en la historia reciente de la igualdad ante la ley.
Lo que se ocupó de recordar el propio fiscal de Manhattan Alvin Bragg, quien expresó: “Lo que hizo el expresidente es un delito sin importar quién sea”, y que “todos los estadounidenses son iguales ante la ley y que falsificar registros para ocultar un delito, como hizo el mandatario, es un crimen bajo la ley estadounidense.”
El polémico expresidente por más que intente mercadear el proceso en su beneficio y fanatizar aun más a sus seguidores, si es que esto fuera posible, tendrá que soportar el trago amargo de la acusación de un fiscal afroamericano de Nueva York, y sentarse en el banquillo de los acusados ante un juez de origen colombiano, que encarnan lo que de forma inapropiada él muchas veces fustigó y hasta insultó.
Paradójicamente no se trata solamente de que este proceso reafirma la igualdad ante la ley, lo que tiene un peso importante en los Estados Unidos de América y otros países con elevados niveles de desarrollo institucional, sino de que penosamente Trump, con su atípico comportamiento para un líder de su envergadura, acciona y reacciona de forma similar a los más grotescos y populistas personajes del panorama mundial, por eso ha acusado al juez Merchan de liderar una “caza de brujas” en su contra, y siguiendo el manido argumento que tantas veces hemos escuchado en otras latitudes, ha tildado la acusación en su contra de “persecución política”.
Dos aspectos retratan poderosamente la igualdad ante la ley y el chequeo de realidades que evidencia este proceso, uno que para acusar a un pasado presidente al fiscal le bastó plasmar en trece páginas su exposición de los hechos que justifican la acusación, aunque como esta señala solo contiene algunas de las informaciones relevantes respecto de los hechos descritos, y el otro que ningún oficial de la corte penal de la ciudad de Nueva York mantuvo la puerta abierta para dejar pasar al exmandatario, la cual casi se le cerró encima.
El uso ilícito de fondos en las campañas, las facturas falsas para encubrirlo y la comisión de delitos para engañar a los electores evitando que información perjudicial para un candidato pueda ser expuesta o manipular informaciones y realizar campañas difamatorias para perjudicar a contendores, es actualmente foco de denuncias o persecuciones en distintos países del mundo, como demuestra la acusación contra el expresidente Trump, lo que se suma a las acusaciones de corrupción, que desde hace décadas han afectado a mandatarios o ex mandatarios en diversos países y continentes.
Por eso independientemente de los resultados que pueda tener esta acusación contra Trump, y de lo que puedan tener otras en ciernes, sin lugar a dudas esta marcará un antes y un después, no solo en cuanto al manejo de los fondos de campaña y otras estrategias ilegales que se hacen por doquier, incluso en mayor grado y hasta bajo un manto de tolerancia, sino contra la impunidad, pues los mismos compañeros de partido que permitieron que su líder se salvara en más de una ocasión de las investigaciones efectuadas por el Departamento de Justicia y por el Congreso durante su presidencia, aunque apuestan a seguirla manteniendo, cuidarán más sus acciones, aunque no lo admitan, y el resto del mundo, que todavía inclina su cabeza ante esta potencia, comprenderá mejor que los tiempos han cambiado, que la gloria terrena es cada vez más efímera, y que la justicia humana, en algunas circunstancias, inclina su balanza sin dejarse detener por investiduras.