En ninguna cabeza humana cabe que alguien con un mínimo de sentido humano pueda justificar la monstruosidad con que se ha llenado de horror la comunidad nacional, y de manera particular, la comunidad próxima a la que pertenecía y en la cual ejercía un rol privilegiado de pastor en su condición de sacerdote, el autor de tal monstruosidad.
Hoy, el clero dominicano, además de estar horrorizado por la atrocidad del sacerdote Elvin Taveras Durán, está consternado, avergonzado y compungido, ante tal hecho criminal y la forma salvaje en que se perpetró, con saña y sadismo.
La Arquidiócesis de Santo Domingo, por voz de sus autoridades, condenó de forma oportuna el hecho que llenó de pavor al más incrédulo de los amigos, feligreses y compañeros sacerdotes de seminario y pastoral. ¿Qué pasó con el padre Elvin?, es la gran pregunta que posiblemente quede eternamente sin respuesta, por las dudas de unos y las llagas del dolor para todos. Más allá de sus debilidades, y su delito confesado, el Ministerio Público tiene que complejizar la investigación y hacer suyo el principio del Código Procesal Penal en su artículo 260 sobre el carácter de las pruebas, a cargo o descargo.
No sólo hay que ver dos factores en la persecución penal: la víctima y el victimario; hay un tercer factor que debe ser contextualizado para encontrar el por qué del rol de la familia, su conocimiento sobre las relaciones, su participación y aprobación de la misma. Los monaguillos todos, y de forma muy especial la novia y los amigos que descorcharon cerveza en el cementerio, deben ser parte de la investigación. Además, las explicaciones de una posible ira de celos, relatada por terceros y familiares sobre la subida de una foto de la novia de la víctima a Facebook, los mismos reflejan un conocimiento a priori de las relaciones del joven y el cura. Este concierto de conciencias cómplices sobre una inconducta, que al decir el refrán, el que calla otorga, son circunstancias que llaman la atención y a preocupación.
La pobreza genera de todo, y lo que mejor genera es la degradación humana, por la imperiosa necesidad de sobrevivir. Hacer cualquier cosa para escapar a la miseria y falta de oportunidad es un acto de inteligencia para muchos. Usar los hijos como forma de resolver problemas de carácter económico, no es un fenómeno extraño a esta injusta sociedad. Las bandas de extorsión que cobran sus facturas a las debilidades y doble vida moral, es un capítulo especial del crimen social. No sólo hay que ver al cura que cayó, sino, cuántos más cayeron con él, aunque no estén muertos o en la cárcel y, esta verdad también hay que hacerla visible en la investigación.
El acto humano social de condenar el hecho por parte de las autoridades de la Arquidiócesis, todos lo vimos con gran satisfacción, por actuar de forma coherente ante un hecho en extremo abominable. Pero, la contratación de un abogado para su representación en el juicio que tendrá que enfrentar el cura encartado ha causado indignación en más de uno. Pensar que esta decisión última empaña la posición inicial de la jerarquía eclesiástica es simplista y reduccionista, con cierto contenido de fanatismo anticlerical.
La Iglesia, una institución con sede terrenal, constituida por hombres y mujeres con razón de ser trascendente, no tiene más camino que responder y actuar como lo hizo Jesús con los herodianos: Mateo 22:18-21. La Biblia dice: Pero Jesús, conociendo la malicia de ellos, les dijo: ¿Por qué me tentáis, hipócritas? Mostradme la moneda del tributo. Y ellos le presentaron un denario. Entonces les dijo: ¿De quién es esta imagen, y la inscripción? Le dijeron: De César. Y les dijo: Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios.
El significado profundo de la fe cristiana obliga a la casa del padre, la Iglesia, a no renunciar a esta obligación de ser una institución que respeta las instituciones civiles que han de procesar al padre Elvin Taveras y hacerle pagar por su triste hecho; pero, no puede renunciar, tampoco, a su verdadera condición de ser una casa de amor y de fe, que actúa con misericordia y perdón ante uno de sus hijos caídos.
¿Actuó solo el sacerdote?