Con frecuencia recibo currículums de estudiantes de derecho y de abogados recién graduados que desean trabajar en mi bufete.
Muchos tienen grandes condiciones: son responsables, con buen índice académico, saben varios idiomas, dominan las tecnologías, han realizado cursos, tienen ansias de aprender y de superarse.

Confieso que duele no poder contratarlos y más cuando sé lo que ocurrirá con varios cuando al no encontrar la posibilidad de hacer lo que les gusta, se decepcionarán y terminarán laborando en áreas ajenas a las que estudiaron.

A esto se agrega nuestra innegable sobrepoblación de abogados, con el agravante de que muchos de los que salen de las aulas universitarias carecen de lo elemental para ejercer el derecho, subir a los estrados u ofrecer consultas adecuadas.

Por desgracia, aquí cualquiera se gradúa de licenciado o doctor en leyes sin tener idea de lo que es una ley. Como juez y como abogado he visto casos penosos donde por culpa de una mala asesoría, una persona, teniendo la razón y las normas a su favor, pierde la libertad o su patrimonio.

De todas maneras, siempre me reúno con los jóvenes que anhelan ser parte de mi oficina y los motivo a seguir adelante. En esos encuentros buscan sugerencias para ser exitosos en el fascinante pero delicado mundo del derecho.

Inicio expresándoles que un abogado completo no se caracteriza solo por conocer leyes, jurisprudencia y doctrina. Es imprescindible que sea íntegro, que la palabra ética esté tatuada en su corazón, que tenga un nombre qué perder, que le diga la verdad a sus clientes, que no alargue los casos para recibir más honorarios. Luego viene la preparación constante, el estudio, la disciplina, el entregarse con amor en cada expediente que le llegue.

Un buen abogado, además de entender su oficio, tiene una apreciable cultura universal. Unido a esa cultura interpreta mejor las leyes y descifra con mayor facilidad la condición humana, liberándolo de prejuicios, acercándolo más a la justicia, a la equidad y a la verdad. El que carece de cultura (en especial el que no lee constantemente sobre temas variados) se le dificultará argumentar adecuadamente frente al magistrado o frente al ministerio público, pues habrá momentos en que lo jurídico deberá ser complementado con otros conocimientos.

El abogado que se respete también debe escribir y hablar correctamente. Es desagradable escuchar o leer a alguno maltratando el idioma castellano. Eso es imperdonable y en no pocas en ocasiones influye en los resultados del caso, pues le resta credibilidad al que expone.

Con estas ideas rindo un tributo a tantos talentosos jóvenes profesionales que tiene nuestra patria y que desean de corazón una oportunidad para desarrollar sus potencialidades.

Posted in OpinionesEtiquetas

Más de opiniones

Más leídas de opiniones

Las Más leídas