La humildad es una virtud que quien la proclama, es el último que la tiene; si en realidad la exhibiera, todos podrían apreciarla y sabrían identificarla, sin que hubiera necesidad de expresarlo. Su existencia no necesita falsa modestia ni discursos de barricada, se cultiva en el silencio de los sabios y la discreción de las buenas obras. Es un ropaje sencillo que a muchos les queda grande, preocupados por aparentarla, bajo una soberbia disimulada que, de alguna manera, no puede ocultarse y en algún momento saldrá a flote, porque la prepotencia y el ego son su antítesis.
Humildad no es sumisión, cobardía o complejos, es la seguridad del que hace el bien sin aspavientos, sin que se sepa, pero sí se sienta. Nada tiene qué ver con la autoestima ni con sentimientos de inferioridad; aunque resulte contradictorio, los más pudientes suelen ser los más humildes, porque al nacer en la abundancia no se sienten distintos a los demás, a los que tratan con deferencia y en igualdad de condiciones, con respeto y estima. Sin embargo, muchas veces el menesteroso, una vez alcanzada la riqueza, es el primero en repudiar a los que dejó atrás y despreciar la escasez de su pasado.
El humilde no es un sufrido que se queja de la vida y pretende arrastrarse en su desventura para obtener la lástima de los que le rodean. No es una careta de conformismo, bajo una existencia inconclusa y mediocre sin realizaciones alcanzadas, es quien conoce sus debilidades y potencializa sus fortalezas sin avasallar al otro sobre el que, por alguna circunstancia, pudiera tener algún poder.
Humilde no es aquel ridículamente miserable que, aun teniendo mucho, gasta poco y se exime de gustos que pudiera disfrutar para lucir virtuoso; tampoco quien se siente culpable por tener un robusto patrimonio. Es aquel que, aun con su fortuna, conoce sus límites y la temporalidad de la riqueza para valorar a los que le ayudan a mantenerla, siempre con los pies sobre la tierra.
Disfruta lo que tiene por merecerlo, sin ofender a los menos afortunados con derroches propios de su opulencia ni aparentar ser su benefactor para lograr reconocimiento social.
La humildad es saber que no se es el centro del universo y que no todos giran como satélites en torno a sí mismo. Es reconocerse con defectos y estar dispuesto a perfeccionarlos, sin trastornar a los otros, cualquiera que sea su posición, porque no se cree superior. Como bien dijo el poeta cubano José Angel Buesa, humilde es quien ha entendido que “sólo es grande en la vida el que sabe ser pequeño”.