La muerte nos iguala. Es un principio y un final. Con ella se cierra un círculo y, quizás, otros se abren en un juego cíclico que no tiene ni inicio ni final. Ante ella nada somos, no hay tema más humano ni más divino.
En cierta manera la muerte gobierna la tierra. Volver de ella es un tema religioso, evitarla o, alargar la vida lo más posible, uno científico. Por esto la muerte de cada hombre nos afecta, sin importar la riqueza, fama o humildad, algo perdemos.
Como bien escribió Jhon Donne (Las campanas doblan por ti): “Ningún hombre es una isla entera por sí mismo/ Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo”. Y luego prosigue con estos versos eternos: “Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta,/ porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca/ preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”.
En este sentido, para aceptar la muerte y celebrar la vida, cedo mis Pinceladas a María Cabrera, que escribe unas palabras a su padre: Ventura Cabrera De Jesús, un hombre humilde y bueno.
“Perdiste a tus padres cuando apenas tenías 12 años de edad, sin que esto fuese razón para no tener la honestidad como tu principal cualidad. Desde entonces empezaste a trabajar.
Agricultor de nacimiento. Cultivaste la tierra toda tu vida, con el mismo deseo de trabajar todos los días, sin cansarte. Nunca nos diste una señal de fatiga, ni te faltó interés por labrar la tierra, pues fue tu mejor entretenimiento. Tus tierras eran las más organizadas y limpias, cosa que hacías con tus propias manos.
Alcalde Pedáneo por innumerables veces, sin dudas el mejor manejador de conflictos. Siempre encontrabas la mejor solución para cada situación y todos quedaban conformes y amigos.
Con tu accionar nos demostraste que la educación, la cortesía y la prudencia no se aprenden en la escuela. Eras considerado uno de los hombres más respetables de Sabana Rey, con solo un poco de tierra como recurso económico; te empeñaste por legarnos que la responsabilidad y las ideas no se negocian ni tienen precio. Que el hombre se mide por el peso de sus palabras y que éstas son su arma y su escudo.
Admirado por jóvenes, por adultos y por contemporáneos. Consejero de todos y en cualquier ámbito (negocios, amores y trabajos). Y declamando décimas o recitando poemas?, oh Dios, el mejor sin dudas!
Con tu partida a la morada celestial, nos dejas un gran vacío en el alma y te llevas una parte de nuestros corazones. Pero estamos agradecidos de Dios porque te disfrutamos hasta el último segundo aquí en la tierra. Como viviste así te fuiste, tranquilo y sin rencor hacía ninguna persona.
¡Nos quedan los recuerdos de nuestros bailes, las fotos, las canciones, los poemas. Tu voz pausada y suave, la sabiduría de tus consejos y la convicción de que ahora eres nuestro ángel!.
¡Te amamos Pa!”