Como abogado, he conocido lamentables casos de luchas entre herederos. Hijos demandando a padres o madres, hermanos enfrentándose entre sí, primos enemigos, familias rotas, amigos y allegados afectados por el drama, patrimonios disminuidos o destruidos. Los motivos: ambiciones, pasiones, odios, complejos, falta de efectiva comunicación o pésima asesoría legal.

Es desgarrador. En ocasiones los involucrados pierden el juicio, su sentido común desaparece, prefieren quedar ciegos con tal de que el adversario pierda un ojo, optan porque desaparezca todo lo logrado por sus progenitores siempre y cuando no le toque nada al otro. Juran que los dolorosos latigazos de los procesos siempre serán pocos si el pariente sufre aunque sea una picada de mosquito.

En tales casos, mi misión primordial es tratar de que las aguas vuelvan a su nivel, que todos entren en razón, que se tome en cuenta la unidad familiar que traspasa los caprichos o reclamos individuales, y de que si es imposible lograr armonía y el justo entendimiento, que al menos todo termine de la mejor manera posible.

Y les digo: ¿qué ganan ustedes con esa guerra? Solo alimentarán rencores, vivirán alterados, no saldrán de los tribunales nerviosos frente a los jueces, serán motivo de burlas de muchos, los envidiosos estarán felices por el derrumbe y los corazones nobles se sentirán tristes. Y, es la realidad, algunos abogados estarán frotándose las manos porque posiblemente serán los más beneficiados del litigio.

Y termino con una sentencia: por más duelos de espadas entre ustedes, al final la solución suele ser la misma que si no se hubieran herido casi de muerte, es decir, a cada uno le corresponderá lo que establezca la ley”. Entonces, ¿por qué llegar a los extremos?

En su pasada reflexión dominical, el papa Francisco se refirió a este tema. Con la sabiduría que lo caracteriza señaló: “Qué triste cuando los hermanos pelean por la herencia y no se hablan en años, el legado más valioso de los padres no es el dinero sino el amor con el que entregan a los hijos todo lo que tienen, precisamente como hace Dios con nosotros, y así nos enseñan a amar”.

Y continuó: “Pensemos en esos padres que luchan toda la vida para educar bien a sus hijos y dejarles algo para el futuro. ¡Qué hermoso cuando este mensaje se entiende y los hijos se muestran agradecidos y a su vez se vuelven solidarios entre ellos como hermanos! Y qué triste, en cambio, cuando pelean por la herencia y tal vez no se hablan durante años”.

Si este artículo ayuda a evitar o solucionar un solo combate entre familias, estaré satisfecho. Por ello exclamo: ¡herederos: escuchad al papa Francisco!

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