Dos grandes lienzos del famoso pintor Rubens -cuyas obras se exhiben en el museo del Prado- representan a Heráclito como el filósofo que llora, mientras que Demócrito es el que ríe. Ese contraste que ha sido replicado por la literatura muestra metafóricamente, si se quiere, las distintas actitudes frente a la vida. Es así como el primero de ellos consideraba que el mundo no ha sido creado ni por dioses ni por hombres, sino por un eterno fuego vivo que se enciende y se extingue con sujeción a las leyes; análisis que resulta interesante por la comparación que hace de la norma jurídica como llama de la convivencia. En cambio, el segundo, expresaba que el hombre valiente es el que vence, no sólo a sus enemigos, sino a sus placeres; lo que también resulta muy cierto porque muchas veces somos presa de nuestras pasiones.
Dos pensamientos que no necesariamente fueran contradictorios, más bien se complementan porque expresan las distintas versiones de una misma realidad y las emociones que rigen la existencia. Y es que, sin duda, en nosotros habita luchando por sobresalir uno y otro filósofo, entre el pesimismo del que todo lo aprecia como negativo y el optimismo del que extrae lo mejor de cada situación, enfocándose en lo positivo, lo que constituye los dos extremos de la condición humana, de Norte a Sur, de un lado, al opuesto.
La tristeza y la alegría, el sufrimiento y el gozo, la plenitud o el conformismo son estados intermitentes e inevitables, pero en cuya justa proporción sí podemos influir porque lo que nos mortifica convertido en melancolía permanente es una decisión personal, al igual que la de extender los buenos momentos. Si bien nos llegan solos los motivos de crecer o de disminuirnos, la elección de ser la víctima de la historia o el héroe triunfante poco tiene que ver con el entorno, pero sí con la visión propia y el papel que se asuma.
Esa oscuridad heracliana o la luz demócrita se impondrá en la medida en que prevalezca aquella que alimentemos: si se cree ser el perdedor, ya la apuesta está hecha para el fracaso; si, por el contrario, los errores se toman como aprendizaje, será la mejor manera de superarlos. La elección de la comedia y la tragedia la hacen cada uno en ese guion que llamamos vida, tal como bien expresó Francisco de la Torre y Sevil en alegoría a las obras comentadas: “De estos dos extremos es/ el mundo paso y comedia/para el que llora, tragedia/ para el que ríe, entremés”.