Hay mujeres anclas, que retienen, aíslan, oxidan, impiden avanzar y se convierten en un lastre en el medio del mar. Hay mujeres velas, que son las que impulsan, proponen e insuflan ánimo y confianza para que la nave progrese y arribe a nuevos destinos. Unas suman, otras restan y aniquilan.
Hay mujeres feministas, no porque exhiban pancartas, ocupen campamentos o levanten consignas contra los hombres, si no porque, en cambio, están educando en igualdad e inculcando que cocinar, fregar o limpiar son acciones comunes sin distinción de sexo. En contraste, hay mujeres machistas formadoras de varones que se consideran el centro del universo, sin otra preocupación que sus propias necesidades.
Hay mujeres que en su proclamada condición de independientes repudian lo masculino, insisten en pagar la mitad de la cuenta y reniegan de las atenciones del caballero de abrirles la puerta y ayudarlas a salir del vehículo; insisten en no necesitar a nadie, no quieren saber de los hombres e irónicamente no podrían parecérseles más. Mientras otras, no pueden vivir solas sin una pareja al lado que las mantenga, sostenga y valide su existencia porque entienden que solo así pudieran ser valoradas; buscan una muleta, no un compañero.
Hay mujeres cabeza de familia que sin elegirlo les ha tocado desempeñar ambos papeles, de la madre cariñosa-comprensiva y del padre firme-disciplinado. En cambio, está la que vive para sí, sus gustos, su cuerpo y su belleza, anteponiendo sus deseos a los de los demás.
Hay mujeres cuya principal competencia son ellas mismas, emprendedoras y entusiastas que mantienen siempre un proyecto a la vista, contrastando con las conformistas y sumisas que viven su existencia como se les presente o al ritmo de lo que decidan otros. Hay mujeres pulpo que entre las múltiples ocupaciones de madre, profesional y esposa son verdaderas malabaristas de su tiempo y espacio congeniando como mejor puedan para dejar un resquicio para ellas. Otras se dejan seducir por la ambición laboral de superar a sus colegas y no tienen límites en sus apetencias, cueste lo que cueste, sin importar la faceta de su vida que se lleven de encuentro y estén sacrificando.
Hay mujeres que sonríen aunque el sufrimiento las carcoma por dentro, callan cuando quisieran gritar o lloran, por alegría o por frustración de lo que no han podido alcanzar. Tras su rostro subyace un caleidoscopio de emociones que las hace indescifrables y en ese enigma difícil de explicar, aun para ellas, es que radica su encanto porque las hay de unas, pero también las hay de otras, lo importante es lo que son.