En muchos concursos de belleza de “Miss tal cosa” o “Miss aquella cosa” con frecuencia se dan casos en los que despojan del título y la corona a ganadoras electas por confirmarse alegatos de matrimonios (vigentes o pasados), lo que indica que eran “Mrs.” y no “Misses” (es decir, señoras y no señoritas).
Esto en principio tendría sentido si existiera un real apego a la primera palabra que utilizan para nombrar estos certámenes (“Miss”) que implica la condición de “señorita” de la ganadora, pero está claro y me parece innecesario explicar el por qué dicha condición no se pierde específicamente con el matrimonio, y por ende esto simplemente fortalece una presunción. Sin embargo, para una regla ser justa debe ser igual para todos, y el hecho de que exactamente la misma presunción se puede tener de tantas otras “Misses”, locales y extranjeras, que han vivido en público concubinato y que sin embargo han conservado sus títulos sin cuestionamientos evidencian claramente la injusticias cometidas en todos los casos de este tipo.
Sin embargo, la razón por la que traigo este tema, es para mostrar el contraste con otra situación que ocurre en estos mismos concursos y que aparentemente no presenta objeciones de igual magnitud en los organizadores. Sucede que desde hace unos años, con el tema este de “Miss Universo”, “Miss Mundo” o “Miss cualquier otra cosa”, ha causado una revolución de dudosa aceptación y que ha dado lugar a debates sobre los principios y valores que se priorizan en este evento el aceptar como participantes a jóvenes que son “hembras” gracias a los avances de la medicina, pero que nacieron siendo puros varones. Es decir, si unimos las piezas, la aterradora moraleja de todo esto es que con transexuales que quieran participar no hay inconvenientes, con las que vivan o hayan vivido en unión libre tampoco, pero con las casadas o divorciadas pues, que ni se atrevan.
Confieso que normalmente no estoy tan pendiente de estos eventos como para saber quiénes son las mejores participantes y merecedoras de la corona, o cuáles son “comprados” como dice la “chismografía” de redes sociales, pero indiscutiblemente, lo que sin dudas es seguro, es que los constructos equívocos de agendas como las que quieren imponer la llamada “ideología de género” siguen permeando todos los espacios, incluso los más banales, especialmente aquellos que llegan a grandes audiencias, y evidentemente estos teatrales certámenes no son la excepción.