Las ideologías necesitan de una narración. Las narraciones, a su vez, necesitan de un punto de partida, que muchas veces delimita un antes y un después. Esto así, por lo difícil que nos resulta contar una historia sin un comienzo. Estas reflexiones las hacemos a raíz de haber leído en el periódico español El País, el artículo de la Sra. Elissa L. Lister, titulado “El silencio de 80 años de racismo y genocidio en la República Dominicana.” Los ochenta años significan que la narrativa o argumentos del artículo arrancan en el año 1937, con una especie de pecado original cometido por todos los dominicanos, o por el “Estado Dominicano,” con la matanza de haitianos por parte de Trujillo. Es decir, antes de 1937 debió existir o bien un vacío histórico, o una suerte de paraíso terrenal. Debemos confirmar nuestra creencia que los actos ocurridos en 1937 estuvieron motivados por un profundo odio, pues nadie comete semejante atrocidad animado por el amor al prójimo. Sin embargo, la narrativa de la profesora Lister resulta injusta, pues resalta los crímenes de Trujillo y sus secuaces contra los haitianos, olvidando sus crímenes contra los dominicanos, como el de las hermanas Mirabal, cargado del mismo odio sanguinario. Siendo así, el argumento ideológico del racismo dominicano se resquebraja cuando aceptamos que la criminalidad de Trujillo no era exclusiva contra los haitianos, sino contra todos. Pero hay algo más, el relato a partir de 1937 obvia las atrocidades cometidas contra los dominicanos durante el siglo XIX. Al señalar esto no intentamos el absurdo de justificar los crímenes de unos, por los crímenes de otros. Mencionamos estos hechos por otra razón. Cuando Leonel Fernández donó un campus universatario a Haití, a nombre del pueblo dominicano, sugirió el nombre de Juan Bosch para nominarlo. Los haitianos se resistieron a honrar al intelectual y político dominicano. En nuestra opinión estaban en su derecho de aceptarlo o rechazarlo. Lo que resulta digno de destacar es que no reemplazaron el nombre de Bosch, con los de prohombres inobjetables como Nelson Mandela, o Martin Luther King. Ni siquiera escogieron el de Alexandre Pétion, quien limitó la violencia contra los dominicanos. Nada de eso. Decidieron honrar a Henri Cristophe, cuyas tropas asesinaron a los miembros del cabildo de Santiago, colgando sus cuerpos mutilados y desnudos del balcón del Ayuntamiento. No satisfechos con esto, dichas tropas quemaron vivo al sacerdote José Vásquez, pasando por el cuchillo a todos sus feligreses, para luego incendiar la iglesia, con todos los cadáveres dentro. Hace seis años, pues, nuestros vecinos nos recordaron que la historia no comenzó en 1937, y que la historia anterior a ese año está muy viva en su imaginación, develando que los hechos son rebeldes y las ideologias ridículamente simplistas.