César Nicolás Penson Paulus
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Tema recurrente el de Haití y su tragedia, agravada con el dramático sismo del martes 12 de Enero del 2010, cargado de historias de terror personales y colectivas, que lo puso como Estado en condiciones de cuasi imposibilidad de existencia, incapaz de dar servicios y protección a sus ciudadanos en lo más elemental. Repercusiones profundas ha tenido esta situación sobre nuestro país, dado que la desesperanza, necesidades, hambre y futuro incierto, empujan al haitiano a desplazarse hacia el este en busca de posible subsistencia. El número de haitianos viviendo en territorio dominicano, muchos en condiciones de ilegalidad, ocasionan presiones de importancia en lo social y lo económico. El apremio sobre los servicios de salud, energía, agua potable, seguridad ciudadana, transporte, etc., son compartidos por la población dominicana con una creciente masa de inmigrantes que provienen del país más pobre, iletrado e insalubre de América. Enfermedades erradicadas aquí, son endémicas al traspasar la frontera y esos ciudadanos que emigran, son vectores importantes para su trasmisión. Si bien nos quejamos de las precariedades del Estado dominicano, ante las demandas generales de los ciudadanos y las particulares de cada población, se hacen más difíciles de satisfacer a medida que crece exponencialmente y de manera súbita, el número de usuarios. Lo más dramático ocurre en los hospitales donde los nacionales haitianos ocupan cada vez más espacios, con aportes muy reducidos a las arcas nacionales. Estas condiciones hacen más difícil el equilibrio de las cuentas del gobierno, contra los gastos que realiza y frente a este imprevisto desborde humano que agrava las condiciones de la nación dominicana. Los escasos resultados de los titánicos esfuerzos por censar y dotar de documentos a todos los extranjeros, como forma de cuantificar y proceder a aplicar políticas migratorias y políticas sociales, neutralizan muchos esfuerzos por mejorar la calidad de vida de los dominicanos. Nuestro país no tiene capacidad para colocarse a Haití sobre sí misma y su economía se resiente frente al desborde de sus capacidades, porque los haitianos que viven de este lado, superan con creces la demanda de mano de obra en el agro, la construcción y el “chiripeo”. Competirán de manera feroz por los espacios de trabajo, porque tienen el hambre de la subsistencia. Lógico es suponer que los cordones de pobreza aumentarán sustancialmente, con una creciente carga social que exhibe ya los desempleados y la enorme cantidad de niños, mujeres e impedidos físicos, actuando como pordioseros en las principales calles de las poblaciones mayores. Dos países con idiosincrasia, cultura, idioma y creencias, diametralmente opuestas, que el azar ha mezclado en el territorio de uno, sin que la dimensión y gravedad de la situación sea adecuadamente percibida y enfrentada. La caridad y solidaridad tienen límites.