Asumir un gobierno en medio de una pandemia y tener que hacer equilibrio entre el debido cuidado de la salud y la apertura de la economía para evitar el colapso tanto del sistema sanitario como del aparato productivo, y a la vez intentar satisfacer las innúmeras demandas de partidarios y seguidores, que luego de más de quince años fuera del poder y de un fuerte activismo se resisten a esperar, y de votantes que habiendo acumulado frustraciones y generado expectativas, no aceptan disculpas y requieren respuestas y acciones concretas de cambios, no es tarea fácil.
Los cambios de mandato requieren de tiempo para la conformación del tren gubernamental y su acoplamiento en sus respectivas funciones, y a pesar de haberse efectuado en medio de una pandemia que generó una crisis sin precedentes, no se perdió tiempo, y el hecho de que se acabara con el misterio de la espera hasta la toma de posesión para conformar el gabinete fue clave para acelerar el paso.
Para nadie podía ser un secreto que los retos eran enormes, y que la llegada del anunciado cambio en gran medida por la frustración de la sociedad ante la corrupción y la impunidad que generó movimientos de luchas, y que el hartazgo por los manejos autocráticos de las anteriores autoridades, que tenían oídos sordos ante los reclamos pues entendían que podrían seguirse manejando como hasta ese momento lo habían hecho sin consecuencias, elevaría la dimensión del desafío, pues esa misma masa que clamó por transparencia y justicia independiente, estaría vigilante para exigir que se cumplieran promesas y tendría tolerancia cero para deslices que, serían denunciados incluso por los mismos que antes los cometieron o apoyaron pero que desde la oposición son jueces implacables. Por eso una de las mejores decisiones del presidente Luis Abinader fue cumplir con su promesa y poner al frente del Ministerio Público a la persona idónea, no porque hubiese sido víctima del atroz atropello de su antecesor, sino porque indiscutiblemente encarna la independencia del sistema de justicia, ya que a lo largo de su dilatada carrera a nadie le cabe duda de que sus decisiones han sido el resultado de su íntima convicción, pues las presiones políticas, jerárquicas o mediáticas encontraron en ella un muro infranqueable. Y a pesar de la lentitud de los procesos judiciales y de la complejidad de las investigaciones de corrupción, los expedientes depositados a la fecha por la Procuraduría General han dejado claro que tiene voluntad, capacidad e independencia para ejercer su rol.
Cada quien sacará sus propias conclusiones y tendrá sus valoraciones, unas buenas y otras malas, sobre cada uno de los funcionarios, pero nadie puede discutir que hay jugadores estrellas en el equipo que han asumido con energía sus misiones, que hay un notorio cambio de estilo de gobernar con un presidente que le da seguimiento personal a todos los temas de la agenda prioritaria, que se reúne frecuentemente con su gabinete y con la prensa, que habla con la gente, informa, escucha y corrige, dejando atrás no solo el hermetismo y el endiosamiento, sino brindando una imagen más humana de su persona, de la de su esposa y de su familia. Es difícil generar cambios y más en un país en el que muchos los desean pero pocos aceptan cargar con la cuota que les corresponde cuando les toca su turno y en el que los problemas fundamentales datan de años y hay demasiados intereses aferrados al estatus quo, así como manejar la urgencia de acciones con el rigor de los requisitos que exige cumplir con una ley de compras deficiente, poco efectiva para controlar y sancionar, pero a la vez pesado grillete para actuar, atender las necesidades urgentes de la pandemia: vacunas, pruebas, atenciones de salud, educación a distancia, subsidios y ayudas, sin descuidar todo lo demás que es mucho, entre el dilema de la falta de recursos y la irremediable necesidad de préstamos que aumentan el desde hace tiempo preocupante nivel de endeudamiento, sortear las imperiosas reformas como el pacto fiscal ante la lentitud de la salida de una crisis mundial sin precedentes para no afectar más a la gente, pero sin olvidar que urge, constituyen actos de malabarismo para con todas esas pelotas y otras más a la vez en las mismas manos, lograr el equilibrio para que ninguna de ellas caiga al suelo. Y ese es precisamente el mayor logro de este primer año de mandato.