Quizás es tiempo de que Sammy Sosa y los Cachorros de Chicago depongan las armas y frenen una hostilidad que, a millas náuticas de distancia, no conduce a nada.
Pude ver a Sosa el pasado martes en la celebración de la independencia de los Estados Unidos de América en el Estadio Quisqueya con su franela de los Cachorros y una gorra con su número 21.
Sosa jugó con otros equipos, pero sus logros de trascendencia son con el uniforme de los inquilinos de los confines amistosos del Wrigley Field. Mencionar a Sammy es un vínculo directo con los Cachorros. Que nadie se llame a engaño.
La famosa “Batalla de los Jonrones” en 1998, año en el que obtuvo su premio de Jugador Más Valioso, las campañas siguientes de buena producción, ese fervor que provocaba en la “Ciudad de los Vientos”, en fin, toda una colección de momentos inolvidables.
Ambas partes han fijado posiciones de orgullo. Cuando las partes envueltas en una diferencia adoptan este tipo de postura, se complica llegar a un punto de entendimiento. Si uno decide que mejor se come una pared antes que dar su brazo a torcer, el otro dice sin tapujos que primero se desayuna con dos vigas de acero inoxidable, pero que no cederá un ápice de terreno.
Creo que la familia Ricketts, los dueños de los Cachorros, han llegado a extremos con Sammy.
Esto no se trata de ver quién es menos culpable o más terco. La idea es buscar una avenencia entre dos sectores que ahora mismo son una fuerza imparable contra un objeto inamovible.
El carisma de Sosa es innegable. Y es mi pensar que cuando esta guerra acabe y se anuncie una ceremonia especial para él, habrá mucha gente en el Wrigley Field.
Ya esa malquerencia debería finalizar para que así podamos ver al “Bambino del Caribe”, el hombre de los 609 cuadrangulares, en el mundo de las Mayores.
Ni hablar de que así se le daría a Sosa el trato que merece por sus hazañas con una de las franquicias de más tradición en los anales de la pelota de Grandes Ligas.
Dicen que es más fácil pedir perdón que permiso. Como también he escuchado que es mejor un mal arreglo que un buen pleito.