De una forma u otra, el deporte siempre se las arregla para inundarnos de emociones. No todo es festejo, como la vida misma, pero cuando el orgullo patrio se eleva, la alegría dura mucho tiempo.
Ha sido grato el seguimiento a la delegación dominicana en la cita de Tokio, el escenario por el que han desfilado atletas con resultados en este ciclo olímpico y proyecciones de un futuro esperanzador.
Zacarías Bonnat y Crismery Santana, por ejemplo, lograron subir al podio en cada parada (Juegos Centroamericanos, Panamericanos y ahora los Juegos Olímpicos). Está la sensacional Marileidy Paulino, la joven de Don Gregorio, Nizao, que aportó bastante en la plata de la cuarteta 4×400 y quien sigue en pelea en los 400 metros lisos.
En general, porque sería injunto cerrarnos a banda con medallas y mucho menos en una batalla de potencias del globo terráqueo, hay muchas piezas que se pueden pulir en esta cosecha de cara a los próximos cuatro años y cuidado.
No todos los héroes llevan capa ni poseen la doble personalidad a la que nos hemos acostumbrado en las historias que suelen traer el papel o la pantalla.
En la mayoría de las ocasiones, los prontuarios de nuestros medallistas y los que tienen madera para serlo vienen barnizados con sobrevivir a fuego cruzado.
El hambre de la mano con las herramientas para triunfar. Es esa voluntad de cristalizar sus anhelos un combustible que les insufla para hacer un nombre en sus respectivas competencias.
Para ellos, un aplauso que se sienta en el Pacífico. Nunca antes había tantas preseas olímpicas en una cita ni detalles tan valiosos como el de las primeras mujeres con esta distinción.
Satisface ver a Félix Sánchez hablando de trabajar sin reparo para construir la nueva era del atletismo local. Es igual de meritorio, loable y digno el esfuerzo de cada entrenador, asistente, masajista y dirigente o federado dando el todo por su disciplina y manteniendo viva la llama de la dominicanidad.
Nuestros deportistas demuestran una vez que en ellos se puede invertir y merecen lo que puedan recibir.
Gracias a todos por ofrecernos razones para creer.