Mi admiración hacia Kobe Bean Bryant no surgió por los tantos canastos que disfruté del otrora letal anotador. Para nada. Tampoco nació con los cinco títulos que ganó con los Lakers de Los Ángeles.
Impuso su voluntad en ese escenario de “yo contra el mundo” que solo es reservado para los grandes. Fuimos testigos de fuertes derrotas, ese hilo de experiencias por las que el ser humano atraviesa para alcanzar la cima llamada éxito.
Pero no, en el lugar especial que lo tengo no tiene nada que ver con desempeños en la cancha. Para eso le pagaban y mucho.
Prefiero venerar por hechos no señalados en un contrato, por lo que no estás obligado a hacer, pero lo ejecutas.
La reverencia viene de un partido en el que no bien celebraba el triunfo y corría hasta un extremo para darle un fuerte abrazo a quien fuera como su hermano menor, Lamar Odom, el excompañero que años después continuó luchando con los demonios propios de la fama, el dinero y la inexperiencia.
Ahí contemplé la otra cara de Kobe, un obsesionado con la perfección, muchas veces criticado por no ser muy amable. El rostro que por igual mostró cuando visitó a Odom en el hospital y cuando lo invitó a ver un partido meses después de haber estado al borde de la muerte por su vida licenciosa.
Lamar es solo una muestra. Bryant tocó la vida de millones de personas que querían seguir sus pasos. Una cosa es brillar en un deporte y la otra trascender fuera del mismo, ya sea como fuente de inspiración o como tabla de salvación.
Ahí se paran las aguas.
Bryant en un momento fue un ser implacable, quizás con categoría de fuerza de la naturaleza porque no era fácil de controlar. Al igual que todos nosotros, cometió sus errores y, como primer punto en agenda, no es nuestro rol juzgar.
Kobe, que recién comenzaba a disfrutar de otra etapa en su vida, ahora pertenece a la historia tras fallecer el pasado domingo en una tragedia junto a ocho personas más, incluida su hija de 13 años.
Eso también era, un dedicado padre de familia.
Grande en la cancha, inspirador fuera de la misma.
Descanse en paz, Kobe Bryant. Mis respetos.